Auténtico monstruo de delantal blanco.
Bajo el disfraz de una comedia, los checos, autores de Lo mejor de nosotros (nominada al Oscar de habla extranjera 2001), proponen una investigación sobre el poder del miedo, incluso en dosis homeopáticas, y de las bondades casi nunca gratuitas del “acomodo”.
La dupla creativa compuesta por el realizador Jan Hrebejk y el guionista Petr Jarchovský, ambos praguenses, viene desarrollando una prolífica filmografía en conjunto desde inicios de los años 90, poco tiempo después de la caída del bloque comunista y en plena escisión de Checoslovaquia en dos estados independientes. En nuestro país, sin embargo, solamente Lo mejor de nosotros (nominada al Oscar de habla extranjera durante la temporada 2001) tuvo un estreno comercial limitado. Figuras reconocidas en el ambiente cinematográfico de la República Checa, los realizadores de La maestra marcan una primera vez: a pesar de tratarse legalmente de una coproducción y de contar en muchos rubros técnicos con nombres checos, el largometraje fue rodado en la vecina y ex socia Eslovaquia con un reparto eminentemente de ese país hablando su propio idioma. De atractivo absolutamente universal y aparentemente basada en una anécdota de infancia de Jarchovský, la historia podría transcurrir en cualquier país miembro o satélite de la Unión Soviética durante los años de la Guerra Fría, más allá de algunas de sus particularidades culturales y de un tono humorístico que recuerda, por momentos, a algunos de los más famosos films producidos durante los años pre Primavera de Praga.
Narrada en dos tiempos que se alternan y entrelazan –el comienzo de la temporada escolar 1983 y el inicio de la siguiente, esta última durante una populosa y conflictiva reunión de padres–, la historia tiene como protagonista directa e indirecta a una nueva maestra de escuela primaria, Mária (notable Zuzana Mauréry, ganadora del premio a Mejor Actriz en el Festival de Karlovy Vary por este rol), quien ya desde el primer día de clases comienza a evidenciar ciertas actitudes inquietantes delante del curso. Uno de los logros del film deriva, precisamente, de la decisión de partir de un registro amable e ir revelando lentamente la verdadera cara de ese auténtico monstruo de delantal blanco. En retrospectiva, en esa primera escena Mária ya comienza a mostrar algunos de sus afilados dientes, aunque ninguno de los alumnos puede caer en la cuenta, en esa instancia temprana, del verdadero sentido de la pregunta luego del clásico “diga su nombre”: ¿de qué trabajan tus padres? Libreta en mano, la señorita anota puntillosamente: carnicero, plomero, médico, empleado del aeropuerto.
No pasará demasiado tiempo antes de que esas mamás y papás deban rendirle tributo a la docente, mediante el empleo de su tiempo o directamente en especies, si es que desean ver a sus hijos aprobar en tiempo y forma los exámenes. Investigación sobre el poder del miedo, incluso en dosis homeopáticas, y de las bondades casi nunca gratuitas del “acomodo” –ese término tan argentino que, sin embargo, tiene reverberaciones y versiones mundiales–, siempre bajo el engañosamente liviano tono de la comedia costumbrista, La maestra va ganando en profundidad y potencia dramática a medida que el ovillo comienza a desenredarse en el tiempo presente del relato, durante ese conciliábulo a comienzos de 1984 en el cual un grupo de progenitores debe decidir si es lógico (o necesario o conveniente) iniciar un sumario y apartar a la mujer de su cargo. Decisión nada fácil si se le suma a la ecuación un detalle para nada menor: la profesora ostenta, además, un cargo importante en la jerarquía del Partido Comunista local.
Así como en Los amores de una rubia Milos Forman retrataba un microcosmos social burocrático y asfixiante con las armas del naturalismo y el humor, en La maestra (y sin que ello implique una comparación directa de desafíos y logros entre ambos films) Hrebejk y Jarchovský logran destilar el miedo a la pérdida de estatus social o la imposibilidad misma de la supervivencia económica sin perder de vista el costado más satírico de todo el asunto. En ese sentido, la figura de un padre astrofísico, recibido con honores, que debe dedicarse a limpiar vidrios desde que su esposa decidió escapar hacia el otro lado de la Cortina de Hierro sirve de recordatorio de las sanciones políticas y sociales impuestas por los estados comunistas durante su apogeo. Que la descripción de Mária incluya usualmente una sonrisa en los labios y los modales más amables (a menos, claro está, que la hagan enojar) y no como un ser inherentemente desagradable es otra de las marcas de inteligencia de la película. El cierre, no tan previsible, reafirma que nada se destruye y todo se reinventa, más allá de los cambios de época. Yerba mala se trasplanta sin problemas.