Esta coproducción checo-eslovaca premiada en los festivales de Karlovy Vary y Gijón es un valioso e inquietante retrato social sobre los finales del comunismo.
Corre el año 1983 en los suburbios de la ciudad eslovaca de Bratislava cuando la profesora Maria Drazdechova (una excelente Zuzana Mauréry) empieza a dar clases en una escuela secundaria. Hasta allí llega más interesada en el contexto de los alumnos que en los alumnos en sí, y les pide que, a la hora de presentarse, digan su nombre y la profesión de sus padres. ¿Para qué querría ella saber eso? ¿Qué se esconde detrás de su aparente bondad?
Lentamente se hace evidente que las notas están menos relacionadas al rendimiento académico que a la importancia del oficio de los padres, a quienes les pide calculados favores amparándose en su viudez. El intento de suicidio de uno de los chicos obligará a la directora del colegio a convocar a una reunión secreta con los padres para analizar una posible denuncia contra la profesora.
Narrada a través de largos flashback desde el “presente” de la reunión, La maestra construye su tensión dramática sin apremios, centrándose en el vínculo de la profesora con tres alumnos y sus respectivos padres, todos ellos ligados directa o indirectamente a las motivaciones de la profesora. Padres cuyas tensiones no tardarán en salir a la luz durante la reunión, en tanto saben el poder que recae sobre Maria y las implicancias que podría tener sobre ellos.
Y es justamente sobre el poder que habla este film dirigido por el checo Jan Hrebejk y basado en experiencias personales de la infancia del guionista Petr Jarchovsky. Pero no el poder entendido como enfrentamiento entre el “Bien” y el “Mal”, sino uno mucho más terrenal, humano, cotidiano, en el que las personas se vuelven moneda de intercambio de favores. La maestra es, pues, un retrato social sobre los finales del comunismo que despliega una universalidad que la vuelve profundamente inquietante, aun cuando por momentos coquetee peligrosamente con el lustre visual del cine más académico.