El abuso de poder se viste de blanco
La maestra (Ucitelka, 2016) recrea los hechos reales que tuvieron lugar en la ciudad eslovaca de Bratislava, en 1983, cuando una maestra muy singular llegó a una escuela primaria.
Maria Drazdechova (Zuzana Mauréry) llega por primera vez al aula. Libreta en mano, toma presente y anota la profesión o el oficio de los padres de sus alumnos. ¿Por qué lo hace? La respuesta se advertirá pronto; a Drazdechova le importa más saber qué provecho podrá sacar de cada uno de ellos que los contenidos que les pueda enseñar. Basada en el caso real del que formó parte su guionista, Petr Jarchovsky, la película de Jan Hrebejk compendia –flashbacks mediante- una serie de situaciones abusivas mientras, en el presente del relato, un grupo de padres debate el traslado de la maestra hacia otra institución.
Con una notable capacidad de trabajar una zona del humor asordinado, que empatiza con el patetismo y la crítica social, la película se concentra en un puñado de situaciones que sirven para dar cuenta sobre cómo el poder altera la vida del alumnado. La situación es más compleja de lo que inicialmente parece, dado que la “seño” ocupa un cargo en el comunismo, régimen de gobierno de aquel entonces. Una adscripción que le garantiza un mayor margen de impunidad, haciendo de su alejamiento un paso difícil de dar. Pero tanto padres como autoridades escolares (que poco pueden hacer) tendrán que actuar cuanto antes, sobre todo luego de que uno de los niños haya intentado suicidarse.
Es destacable la excelente composición de Zuzana Mauréry, a la que se suma un grupo de actores entre los que se destacan los más jóvenes, quienes condensan el temor pero también la sensación de incomprensión frente a tan ambigua situación. En cuanto a los roles técnicos, la película cumple sin pintoresquismos con lo que en definitiva es: una película de época. La maestra tiene un marco bien definido, pero eso no le quita espesor universal. El abuso asume diversas aristas en la película, que van desde las necesidades cotidianas, la búsqueda de complicidad, la lenta pero progresiva lista de beneficios que hacen del personaje protagónico una metáfora de la “gula del poder”. La estructura de guión dosifica la dosis de repugnancia y empatía hacia unos y otros, y de este modo hace que se produzca un in crescendo, al que en paralelo se le adosa una sub-trama vinculada a qué se hace cuando parece que poco se puede hacer.