Secretos y mentiras
Alberto de Mendoza se luce como un personaje monstruoso.
Un personaje monstruoso con la apariencia de un abuelo tierno y comprensible. Ese es el personaje, y el reto, que enfrenta Alberto de Mendoza en La mala verdad , de Miguel Angel Rocca. Con una composición medida, ajustada, finalmente siniestra, bajo un tono apacible que de a poco se va desdibujando, el veterano actor ofrece un trabajo admirable, lo mejor de una película que no siempre está a la altura de esa performance.
La historia que cuenta el filme se centra en una niña callada que empieza a mostrar en el colegio comportamientos extraños, como hacerse pis encima, fallar en exámenes o titubear a la hora de cantar en el coro. La psicopedagoga del colegio que la atiende nota, a partir de los dibujos que ella hace, que algo no anda bien en su familia. Y empieza a investigar. Eso la llevará a hablar con el abuelo de la niña, que podría llegar a tener algo que ver con ese malestar que todos niegan o nadie quiere ver.
La madre de Bárbara (Analía Couceyro), por algún motivo, siempre prefiere mirar para otro lado, y su pareja (Carlos Belloso) tampoco parece poder ni querer entrometerse. El mayor mérito del filme está en lo que no se dice ni se ve: lo que podría suceder entre el abuelo y la niña, en no saber si la familia no cree que algo pueda pasar o si prefiere callarlo.
La película peca de algunas obviedades (la canción Desarma y sangra , de Serú Girán, funciona de manera demasiado evidente; lo mismo que ciertos comentarios y actitudes de la gente del colegio) y algunas actuaciones secundarias no son del todo convincentes, pero como tratamiento de un tema complicado y áspero, Rocca elige el tono bajo, medido, la discreción, elecciones que tal vez no produzcan resultados dramáticos espectaculares, pero sí dan a la película un tono sobrio, hasta respetuoso si se quiere.
Y, además, está Alberto de Mendoza, que ya anunció su retiro y deja esta excelente performance como un legado, una clase de actuación cinematográfica.