El lobo disfrazado de cordero
En su segunda película como director, Miguel Angel Rocca aborda un tema difícil como el abuso infantil a través de una historia marcada por las sutilezas y los buenos climas que genera.
La Mala Verdad comienza y termina de la misma manera: Bárbara (Ailén Guerrero), un niña de diez años de aspecto triste, entona una canción que sintetiza la idea central del relato. Su comportamiento en el colegio despierta la sospecha de su maestra (Jimena Latorre) y de Sara (Malena Solda), la psicopedagoga del instituto. Su madre (Analía Couceyro), su padre (Carlos Belloso) y Ernesto (Alberto De Mendoza), su abuelo, conforman un panorama familiar que se debate entre las obligaciones diarias en una librería y una convivencia "apacible". Pero Ernesto no es lo que parece.
Con este esquema, la trama coloca a los vínculos en primer plano con la presencia de un "lobo disfrazado de cordero" en el seno familiar. Uno de sus méritos del film es el tratamiento que se le da al tema y su capacidad dramática para trasladarla al espectador. El orden cotidiano se trastoca lentamente y el horror profundo está más cerca de lo que uno supone.
La Mala Verdad da en el blanco, resulta creíble (el encuentro de Sara con la mamá de Bárbara; los dibujos que hace la niña y que hablan por sí solos; la negación, la verguenza y el hecho de no poder gritar) y se ve respaldada por las buenas composiciones del elenco.
Alberto De Mendoza vuelve al cine con un papel oscuro, siniestro y construído a partir de una fachada amable; Malena Solda (el cine debería tenerla más en cuenta) le brinda carnadura a su personaje al acercarse a la pequeña protagonista, y Analía Couceyro, quien propone un juego de miradas y silencios que la colocan en un standby emocional. El espectador se irá empapando de una "inocencia interrumpida" gracias a la presencia de la niña Ailén Guerrero.