La realidad del abuso infantil
Bárbara tiene diez años y vive con su madre y su abuelo. Su comportamiento en la escuela está cambiando. Se la ve triste, ensimismada y en momentos violentos, no controla sus esfínteres. La maestra y luego la psicóloga comienzan a sospechar que algo está pasando. El entorno familiar, representado por la madre y el abuelo, no parece reaccionar. Las citaciones para que la mujer aparezca, tropiezan con su sistemática excusa de estar ocupada con su trabajo en la librería.
Los dibujos de Bárbara revelan la verdad, la mala verdad. Y ante la evidencia y la advertencia de la maestra y la psicóloga a las autoridades del colegio, la respuesta del director las desarma: "no tenemos pruebas. En estos casos, lo mejor es preservar la familia".
El tema del abuso infantil ha sido muy pocas veces tratado por el cine argentino. Tomando cifras como las seis millones de víctimas anuales que se registran a nivel mundial y las ochenta mil muertes que provoca el maltrato a los niños, más el número estadístico siempre en aumento, la difusión del problema se convierte en necesidad social. Los recientes casos registrados en la Argentina (caso Candela, el de Tomás, de la ciudad de Lincoln) se suman a los lamentablemente irresueltos a pesar de los años transcurridos, es el caso de Lucila Yaconis y Jimena Hernández (1988), esta última abusada y muerta en el mismo colegio al que asistía.
RECURSOS AUSTEROS
"La mala verdad" es austera en sus recursos, muestra un particular cuidado en su exposición, que podría haber caído en el mal gusto y el melodramatismo.
Todo parece como asordinado en el entorno familiar a través del equívoco abuelo (Alberto de Mendoza).
Una indagadora fotografía de primeros planos y planos detalle, en rostros, en la casa, suerte de jaula lejana al sonido y la exteriorización de sentimientos. Se habla en voz baja, como si hubiera un enfermo, la madre parece amordazada sojuzgada por un padre autoritario y desvalorizador permanente. La madre de Bárbara, trae a su novio a ese lugar, trabaja en la librería del viejo y parece temerosa de alzar la voz y decir algo que lo moleste.
El colegio bullicioso y feliz, el lugar donde se descubre la realidad oculta, parece incorporar esa idea con la luz permanente, el color y el sonido.
Un equipo de primera línea donde todos se lucen en sus personajes, el reaparecido Alberto de Mendoza, Malena Solda, pura energía que denuncia, Analía Couceyro, casi un animal asustado, Cecilia Rosetto, en un breve y logrado papel, como el de Norman Briski y otra revelación infantil, que se suma a los notables trabajos con niños de las últimas películas argentinas, Ailén Guerrero.