Uno se va de la sala, luego de la proyección de "La mala verdad", con sensaciones encontradas. La emoción que provoca en cualquier espectador la presencia en escena de Alberto de Mendoza es incomparable. Solamente por eso, el precio de la entrada debería estar justificado.
Un actor de semejante trayectoria protagonizando a su edad, es una bendición, sin dudas. Este hecho (saludable), opera y mucho en la evaluación final del producto. MIguel Angel Rocca (en su segundo largo, recordemos que hace cuatro años hizo "Arizona sur") convoca a un verdadero seleccionado de nivel para esta película y a pesar de contar con la mayor entrega posible de su equipo (cosa que se nota y se agradece), no logra que el conflicto que presenta en "La mala verdad" alcance alto vuelo dramático. Su historia (el director escribió el libro junto a Maximiliano González) navega siempre en lo descriptivo, mostrandose como un prolijo retrato de familia disfuncional, lejos de la intensidad que podría esperarse viendo los elementos que se juegan en el relato.
"La mala verdad" pretende ser una cinta que aborde la oscuridad de cierta problemática (el abuso de poder) desde una perspectiva que denuncie sin estridencias, graficando un conflicto vincular serio pero sin demasiado relieve dramático. Como espectadores, la sensación que tenemos es que el registro de la experiencia, se queda corto. Si bien se nota el paciente trabajo de armado del guión (las frases que se dicen nunca son casuales y menos en este film), lo cierto es que el devenir de los hechos es bastante lineal y un poco lento, para mi gusto.
Hay pocas escenas (pero están) en que "La mala verdad" cobra vida y en todas, por supuesto, está De Mendoza. Los mejores momentos los tiene cuando rivaliza con los personajes de Malena Solda y Norman Briski, en fragmentos emotivos e intensos donde sentimos el poder de su magia, intacta a pesar de ya ser octogenario (su voz se siente un poco quebrada aunque cuando la levanta la reconocemos de inmediato). El resto del tiempo, el la acción la lleva adelante Ailén Guerrero, la niña que todos destacan como revelación infantil de este año. Si bien reconocemos su labor, lo cierto es que la vemos, no tan conflictuada ni triste, sino bastante feliz teniendo en cuenta el torturado personaje que debería jugar.
El abuelo Ernesto (De Mendoza) está jubilado y tiene un buen pasar. Vive en una casa coqueta (tiene una librería), junto a su hija Laura (Analía Couceyro, otra de las grandes promesas del cine nacional) y su nieta. En esta familia, todo parece estar bien (aunque la ausencia del padre de la niña hace ruido) hasta que la psicopedagoga de la escuela, Sara (Solda), empieza a notar indicios de que algo malo le sucede a Bárbara (Guerrero). Así es que la profesional no tiene mejor idea que comenzar a indagar sobre sus seres cercanos para entender su realidad. Cuando comience a ver los primeros resultados de su investigación, descubrirá la compleja trama familiar en la que se oculta el secreto mejor guardado de esa familia...
El elenco (que incluye a Cecilia Rosetto y Carlos Belloso en roles secundarios) hace bien los deberes pero aún así la cinta no logra conmover, ni movilizar, pecados capitales cuando se conoce la problemática que aborda. En definitiva, un film en el que se distinguen buenas intenciones pero que no alcanza el nivel esperado de acuerdo a la calidad de sus intérpretes. Más allá de eso, celebramos el regreso del "Jefe" y esperamos que vuelva a rodar pronto.