Pocas veces una producción de estas características, del género del terror supuesta y específicamente, se puede leer como sosteniendo el discurso del poder de turno.
Todo transcurre en los Estados Unidos, una ciudad asolada por una maldición mejicana, esto es así tal cual, es más, el prólogo de la historia transcurre en Méjico. ¿Hace falta realizar alguna otra disquisición filosófica para explicar el punto?
Este no es en sí mismo “el” problema de esta producción, que tiene muchos otros como para no recomendarla.
La leyenda mejicana de La Llorona, tiene varios años de existencia, su historia se podría equiparar a la tragedia de Eurípides “Medea”, pequeña y no tanto obra maestra del teatro griego, solo que Medea no termina siendo un espectro.
En este caso lo impecable de todo los rubros, incluida las actuaciones, se hunden indefectiblemente por la debilidad y la previsibilidad del guión. Pues hay que reconocer que la dirección de arte es impecable, empezando por la escenografía y el vestuario, continuando con el manejo de cámara, la luz, el trabajo de fotografía que no le van en saga, incluyendo el diseño de sonido, soportando un par de exabruptos sonoros, pero sin ser la idea primordial como para sobresaltar al espectador. Situación que sólo lo logran esos desatinos mencionados, o sea con herramientas desleales.
La historia narra las vicisitudes por aquellos que no creen, o han sido elegidos por la maldita mujer.
Ignorando la escalofriante exhortación que realiza Patricia Alvarez (Patricia Velasquez), una mujer de origen mejicano, madre soltera, sobre el peligro que podrían correr sus hijos, podría causar una tragedia.
Anna Tood (Linda Cardellini) una trabajadora social, viuda y madre de dos niños pequeños, sufrirá las consecuencia por desestimar la advertencia, caerá presa de extraños sucesos sobrenaturales e inexplicables para ella. Su única esperanza será escapar de la maldición de La Llorona, en los límites donde el pánico y la fe colisionan, necesitara toda la ayuda posible, en este caso no hay ley humana, sino que viene en forma de Rafael Olivera (Raymond Cruz), un cura sin iglesia. Exorcismo garantizado.
La Llorona es una aparición tenebrosa, atrapada entre el Cielo y el Infierno, con un destino terrible sellado por su propia mano.
En vida, ahogó a sus hijos en un ataque de rabia producida por celos provocados por su marido.
Sus lágrimas de sangre son eternas letales, aquellos que escuchan su llamada de muerte en la noche están condenados.
Se arrastra por las sombras de la noche, ataca a los niños, desesperada por reemplazar a los suyos. A medida que los siglos han pasado, su deseo se ha vuelto más voraz.
Este sería algo así como la síntesis extendida de este filme, en tanto realización cae en clichés absolutamente previsibles, si bien la instalación del mito en tierra azteca es correcta, la ausencia de explicación de su traslación de un país a otro sólo queda acoplada a la llegada de la gente oriunda de allí.
Por lo que se retorna indefectiblemente al discurso político establecido al principio.
Esa falencia de construcción y desarrollo del relato es recurrente, no hay una razón que sostenga desde el guión las acciones de sus protagonistas, por lo que el derrumbe de la película es también previsible, ni las buenas actuaciones de sus protagonistas la pueden sostener.
No es de lo peor que se ha visto en los últimos años en este género, pero su mediocridad es pasmosa.