No le da miedo ni al Chavo del 8
Con el ancla en una leyenda popular del México colonial, la película de terror dirigida de modo impersonal por Michael Chaves no logra conjurar la rutina.
El estreno de La Llorona sirve para ilustrar la desbocada tendencia de exprimir el éxito eventual de una película, atomizándola en una miríada de apéndices que extienden el concepto de spin-off (o derivación) ad infinitum. Esta vez se trata de un nuevo desprendimiento del universo creado en torno de la película El conjuro, que en 2013 y con dirección de James Wan ofreció una eficaz historia de terror clásica que homenajeaba el espíritu y la estética del género en los años '70. Su éxito alcanzó no solo para llegar a la esperable secuela, sino a toda un red de subproductos como las dos películas de la muñeca Annabelle y La monja (2018), a la que pronto se sumarían otras como The Crooked Man(personaje presentado en El conjuro 2) y la tercera entrega de la saga original, cuyo estreno está previsto para 2020. La mala noticia adicional es que esa tercera parte de El conjuro ya no estará a cargo de Wan, sino de Michael Chaves, director de La Llorona.
Y la noticia es mala porque en esta, que es su ópera prima, Chaves no demuestra ninguna virtud como cineasta más allá de los requisitos mínimos que debe cumplir cualquier aspirante a hacer películas en Hollywood. Es decir, manejar con aceptable solvencia los recursos narrativos básicos. Más allá de eso, su trabajo en La Llorona apenas lo muestra como un empleado obediente, incapaz de desafiar los límites ya no del género (que sería pedirle demasiado), si no de lo que la propia saga viene mostrando de forma recurrente en cada una de las películas que se van sumando a la lista.
La historia vuelve a ubicarse en el territorio de los años '70, pero con el ancla en una leyenda popular del México colonial: la de una mujer que asesinó a sus propios hijos y cuyo espíritu sollozante vaga por ahí, capturando hijos ajenos. Como el Hombre de la Bolsa en versión femenina, pero sin ninguna idea cinematográfica que la sostenga más allá del recurso del susto por el susto mismo. Y otra vez la idea maniquea del bien y el mal filtrado por el prisma de la iglesia católica, que al mezclarse con la cultura popular mexicana impone como horizonte una estética de santería.
Quienes ronden entre los 40 y los 50 años de edad recordarán a la mítica Llorona como una historia de fantasmas con la que solían asustarse los niños que vivían en la vecindad del Chavo del 8, la aún vigente comedia infantil creada por Roberto Gómez Bolaños. La cita no puede ser más oportuna, en tanto la película difícilmente ofrezca mayores sustos que los que les provocaba a aquellos chicos la aparición de la pobre Bruja del 71.