James Wan, director de las dos primeras entregas de El conjuro y productor de títulos como Annabelle y La monja, se aferra con uñas y dientes a esa premisa del espectáculo que consiste en no arriesgar demasiado cuando una fórmula funciona. Y así, mientras ocupó la silla de realizador para la saga Aquaman o el capítulo número 7 de Rápidos y furiosos, también se encargó de mantener en funcionamiento su fábrica de sobresaltos, apadrinando a diversos directores para que despachen suculentos embutidos de taquilla, con resultados notablemente inferiores a las creaciones del maestro malayo. En este caso, el debutante Michael Chaves sigue a rajatabla los aspectos más superficiales manual de estilo Wan con La maldición de la llorona, a la vez que se prepara para estar al frente del tercer episodio de El conjuro.
El punto de partida tiene que ver con la leyenda de una mujer que presa de un ataque de celos por un engaño de su pareja, ahoga a sus propios hijos en un río y acto seguido se suicida en el mismo lugar. Devenida más tarde en una figura fantasmal que deambula en eterna culpa, la llorona va captando niños a quienes somete a traumáticos martirios con el fin de hacerlos suyos.
Linda Cardellini, actriz de series como Bloodline y películas como Green Book, da en la tecla interpretando a Anne, una asistente social que ha enviudado joven quedando a cargo de sus hijos. La acción se remonta a comienzos de los años '70, en algo que parece ser un vicio de toda película proveniente de la factoría de James Wan, ese afán retro está vinculado con tres motivaciones: conectar a sus películas con hitos del cine de terror de la mencionada década, buscar en la dirección de arte con aire vintage un aliado visual para seducir al público, y sobre todo; dotar a los personajes y a la historia de una ingenuidad que no resultaría viable en estos tiempos.
El envoltorio funciona y la factura técnica es impecable. Pero a diferencia de clásicos como El exorcista, con el que La maldición de la llorona tiene más de un punto de anclaje, aquí no hay una lograda creación de atmósfera que convoque a un verdadero horror, sino una sucesión de instancias de sobresaltos tan perezosos en términos de planteo narrativo, como de resolución en su puesta en escena. En cuestión de unos pocos minutos, el fantasma de aquella madre asesina asechará a los pequeños de la protagonista, y Anne hará todo lo posible para mantener a sus criaturas a salvo.
Al contar con un guión tan pobre como esquemático, la película se refugia permanentemente en la búsqueda de propinarle unos buenos sustos a la platea. Como todo film que no entiende la verdadera esencia del terror, La maldición de la llorona es incapaz de construir una trama dotada de una inquietud que vaya in crescendo. Más que apostar por la progresión de un misterio, va rápidamente por el subrayado. Es cierto que gran parte del público que consume estos productos, concurre en masa a las salas con avidez de atravesar una serie de descargas adrenalínicas, pero el nivel de desgano en el trazado de un puñado de personajes que no tienen matiz ni carisma alguno, sumada a la compilación de cuanto cliché haya transitado el género (un pasillo con luces intermitentes, la consabida escena en el altillo, o el clímax durante una noche de tormenta); transforman a este film en un trámite que ni siquiera cuenta con un folio de originalidad.
En síntesis, tras los prometedores dos capítulos iniciales de El conjuro, los siguientes subproductos se han encaminado al mandato de apilar muñecas, monjas y fantasmas, para que cada cual genere su correspondiente y millonaria saga. Mientras tanto, el terror duerme una larga siesta en la oscuridad de un rincón.
The Curse of La Llorona / Estados Unidos / 2019 / 93 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Michael Chaves / Con: Linda Cardellini, Tony Amendola, Roman Christou, Madeleine McGraw.