Cuenta la leyenda que una mujer despechada vestida del blanco de una felicidad perdida ahoga a sus propios hijos en un río para perseguir los ajenos como extraño anhelo de sacrificio y redención. El mito de la Medea mexicana reclamaba una película a su medida. Sin embargo, los responsables de las inefables secuelas y derivaciones de El conjuro han decidido contagiarla de esa puesta previsible y efectista que quiere asegurar la receta, plagada de recursos maniqueos y sin ninguna verdadera oscuridad que asome en los intersticios de la incansable cacería de La Llorona.
Ambientada en Los Ángeles en los 70, la historia de Anna (Linda Cardellini, que ofrece lo mejor a su personaje), viuda y madre de dos hijos, es la de la perfecta víctima: asistente social de ideas progresistas que claudica ante sus prejuicios y acusa a una madre de maltratos, solo para desencadenar una irremediable tragedia. A partir de allí, la venganza terrenal y la que nace de tiempos remotos llegan hasta la puerta del hogar de Anna, junto con los curanderos y las supersticiones. Ese mundo, que podía ser explotado con un verdadero sentido de lo ominoso, se reduce a disfraces y efectos de sonido.
Siguiendo los mismos pasos de La monja, La maldición de La Llorona se ata a la herencia de El conjuro, pero sin alcanzar las virtudes de aquella película, que consistía en arraigar el miedo mucho más allá de la conciencia.