Una incoherente propuesta de género.
Cada don tiene su maldición. En el caso de la franquicia (podemos decirlo a esta altura) de El Conjuro, por las dos películas de la saga que tienen como protagonistas al matrimonio Warren que fueron tan sólidas como entretenidas y exitosas, se desataron una serie de spin-offs que son claramente lo contrario. Infortunadamente, La Maldición de La Llorona no es una excepción.
Se llora… pero no de miedo o tristeza
La cámara y su movimiento deben narrar por encima de todo. Un plano sin cortes que no eleve la tensión, o que no muestre el universo de una forma particular, no es más que una simple proeza técnica y por lo tanto vacía. La intención aquí es clara: emular o repetir la receta de una proeza similar lograda en las películas madre de la franquicia.
Si las primeras eran una jerarquía clara donde el trazo escénico respondía a la narración y la cámara respondía al trazo escénico, en este caso es un momento cotidiano que no justificaba semejante argucia técnica. Es una cámara (y unos efectos digitales) que llaman demasiado la atención sobre sí mismos.
Pero este efectismo nada medido no hace más que denunciar inconscientemente el pulso narrativo al que nos vamos a sostener. El efecto está pero no causa sustos. La Maldición de La Llorona se une tristemente a los rangos de las películas de terror que se conforman con otorgar sobresaltos. No conforme con su actitud endeble hacia el género elegido, las incoherencias narrativas empiezan a poblar indefectiblemente el guión.
Por ejemplo, la madre de la familia maldita va con un curandero para que le solucionen el problema con el ente maligno, informándole que irán a un hotel para protegerse del mal. El curandero les responde que ellos están malditos, no la casa. ¿Y qué es lo primero que hacen? Ir a proteger espiritualmente la casa. ¿No podían ir a proteger espiritualmente el Hotel? Podría ser una exageración o un juicio apresurado de algo que debería leerse más atentamente, pero cuando se ve al mismo curandero frotar huevos por toda la casa de los protagonistas y estos salen negros, al cargo de incoherencia se le suma el de confusión. ¿Es la casa un problema o había muchas ganas de meter el artilugio visual del huevo negro como una denotación diabólica?
Como si la coherencia interna de la historia no tuviera suficientes problemas, también plantea serios problemas para la coherencia de todo el universo expandido de la franquicia. Cuando un sacerdote plantea la posibilidad de invocar a los Warren para resolver el problema, se arrojan un montón de recovecos legales de la Iglesia como justificación para su ausencia física en esta trama. Si repasamos con mucha atención a los entes malignos de las películas que los tienen como protagonistas, dichos recovecos no aparecían, incluso para los que tenían una fuerte vinculación religiosa como es el caso de la subtrama de la monja en aquellos films.
Es como que la mención de los Warren es la única conexión que tiene esta película con aquellas, y hasta podríamos decir que pretende calentar motores (maniobra tan innecesaria como de nulos resultados) para lo que será la tercera película de la muñeca Annabelle.