El cine sin ganas
Beda Docampo Feijóo es un exponente del cine argentino intrascendente de los 90 que, no obstante, tenía una presencia importante en salas. Cierto es que su carrera comenzó como guionista de películas de María Luisa Bemberg, pero lejos han quedado esos méritos porque su película anterior a La maldición del guapo es Francisco, el padre Jorge (2015), un relato lavado y profusamente dedicado a pulir la imagen del actual Papa Francisco apenas superado por Los dos papas (2019), film que además lava la imagen de la Iglesia hasta sacarle brillo. Luego de unos años, este guionista y director gallego regresa en un intento por hacer una comedia rectangular sin vuelos pretenciosos.
La maldición del guapo es una película realizada totalmente en España, en lo que puede ser en un esquema de producción a la inversa de lo que sucede frecuentemente, cuando la coproducción española, además de parte del presupuesto, aporta algunos actores y/o actrices. Gonzalo de Castro es Humberto, dueño de un bar en Madrid que es visitado por su hijo (Juan Grandinetti), con quien no tiene relación, para que le preste una suma considerable de dinero tras un robo que sufrió en la joyería donde trabaja. La oportunidad de Humberto para forjar un vínculo con el hijo (este lo odia por su pasado de estafador que le valió un tiempo de prisión en Buenos Aires) se choca con otra posibilidad que es precisamente la de retomar ese pasado delictivo. La premisa, vista muchas veces pero no menos atractiva, se disipa entre las manos de un Docampo Feijoo que exhibe unas estrategias visuales y dialogales ancladas en los 90, sostenidas por clichés sin alguna manivela de novedad. Poco ayuda que Juan Grandinetti intérprete a su personaje con las mismas ganas que se pueden tener para hacer un trámite en una sucursal de la AFIP, y que habla como “español” siendo su personaje argentino. Tampoco funciona la comedia de enredos donde participan la mujer del jefe con el hijo del Humberto, y este con la hija de esa mujer. Se pone en un grueso relieve la idea del hombre mayor con una chica joven y viceversa, una mujer madura con un chico mucho menor que ella. La última chance para reflotar la historia se asoma cuando el cine de estafadores emerge en la trama, pero el apático Grandinetti, que no ve la hora de terminar la película casi tanto como los espectadores, no ayuda.
En el combo de lo arcaico está la búsqueda de acoplarse a la coyuntura de las luchas por las problemáticas de género, las cuales Docampo Feijóo viste con un neón de textos que subestiman y evidencian el forzamiento de su aparición, tal es el caso del reclamo que le hace la ¿novia, amante? de Humberto mientras tienen un encuentro en una plaza. Qué decir del concepto de disfraz entendido por el director cuando el mismo Humberto tiene que verse de otra manera en la construcción del ardid para robarse unos diamantes, dado que en esa faceta solo tira su pelo para atrás y se coloca unos anteojos. La maldición del guapo es una película apolillada, insulsa y sin atisbo de novedad cuya historia se despliega por inercia, en un automatismo que contagia las actuaciones y unas imágenes que parecen publicitar productos de limpieza.