Cuando parecía que ya se habían calmado con los refritos de películas de terror japonesas (también denominadas J-Horror), llega una nueva versión de El grito (The Grudge) para sumar un título más a esa lista de fiascos injustificados. Más que otra prueba de la escasez de ideas en Hollywood, La maldición renace es la triste constatación de una manía incomprensible: hacer reboots, remakes y continuaciones innecesarias de películas con un relativo éxito en el pasado.
El filme dirigido por Nicolas Pesce y producido por Sam Raimi intenta ser un reinicio de la popular cinta de Takashi Shimuzu, Ju-on, estrenada en video en 2000 y reactualizada en 2002 por el mismo Shimuzu, para luego dar lugar a una interminable saga con varias versiones norteamericanas, la primera de ellas de 2004, dirigida también por el director japonés.
Lo que hace interesantes y buenas a las Ju-on es que trabajan con mucha imaginación la tradición nipona de fantasmas irascibles, que penan en casas donde ocurrieron hechos atroces y violentos. La otra clave es la acertada representación de los fantasmas, con esa blancura escalofriante y sus pelos negros tupidos y ojos saltones, que meten miedo en serio. Y, por último, la puesta en escena, pensada con un presupuesto modesto y filmada con cámaras caseras, como para que el realismo impacte más en el inconsciente del espectador y lo sugestione por varios días.
Sin embargo, ninguna de las virtudes de las primeras son aplicadas en esta nueva versión descafeinada de Pesce, quien solo se queda en los sustos predecibles y en una fórmula trillada, que no suma nada y a la que se le nota la falta de ideas.
La maldición renace comete todos los errores e incurre en todos los vicios. Es una película impotente, que no sabe cómo hacer asustar, no sabe cómo meter miedo. La construcción de las escenas son todas iguales y terminan de la manera que ya sabemos. El mecanismo del jumpscare es tan aburrido como ir a hacer un trámite en la Afip. El filme de Pesce es el último ejemplo de la degradación de la saga El grito.
Eso sí, tiene una fotografía bonita y las actuaciones son aceptables, sobre todo la de la protagonista Andrea Riseborough. Y, una vez más, aparece Lin Shaye haciendo de la viejita que asusta con muecas. Todos sabemos que la actriz vive de eso, pero háganle hacer otro papel porque ya no estaría metiendo miedo ni haciendo gracia.