Entre fines de los 90 y principios del 2000 empezamos a escuchar del J-Horror, el cine de terror japonés que, al igual que el J-Pop, se transformó por aquel entonces en otro producto de exportación del país asiático. Japón tiene una larga tradición de cine del género, pero fue en el cambio de siglo que se hizo más popular en occidente de la mano de dos series de films y dos realizadores claves para entender ese fenómeno. Uno es Hideo Nakata con la serie Ringu (The Ring, en versión internacional), el otro es Takashi Shimizu con su respectiva serie Ju-On (The Grudge), cuyo primer largometraje está cumpliendo 20 años esta semana. El J-Horror fue en su momento una movida fresca e innovadora, con personalidad propia y el mérito de haber devuelto la genuina sensación de miedo a un género que en aquel entonces apenas podía acudir al gag y el refrito. Nakata y Shimizu con sus respectivas obras se convirtieron en referentes ineludibles y Hollywood, siempre desesperado por ideas nuevas, no tardó mucho en convocarlos y exportar sus creaciones.
Es así como para el 2002 la serie The Ring lanzó su remake norteamericana y para el 2004 lo mismo sucedió con The Grudge, producida por un prócer del género como Sam Raimi y dirigida por el propio Shimizu quien reprodujo su historia y su estilo de manera bastante efectiva en una primera película y de manera más deslucida en una segunda. Hay además una tercera que solo produjo y de la que casi nadie se acuerda. Las entregas se reprodujeron como las víctimas de las respectivas maldiciones tanto en Estados Unidos como en Japón llegando a la apoteosis con Sadako vs. Kayako, film japonés de 2016, que enfrentaba a los dos principales fantasmas de ambas franquicias. Y así, mientras Hideo Nakata sigue tratando de ordeñar su criatura, de aggiornarla a los tiempos que corren con la reciente El aro (2019) que fue recibida con muy poco entusiasmo, Shimizu optó por soltarle la mano a la suya y dejar que otros se encarguen de exprimir el jugo que aún pueda quedarle. Raimi, productor de las primeras remakes, retomó la franquicia y convocó para dirigir una nueva entrega a Nicolas Pesce, un joven realizador que viene de hacer ruido con films que mostraron elementos de terror y de thriller retorcido.
Aunque la idea original era hacer un reboot de la serie, La maldición renace, es una secuela de la primer remake de 2004 y, según Pesce se ubica entre la primera y la segunda. Hay un relato en cuatro tiempos repartidos en cuatro líneas de acontecimientos y personajes que transcurren entre 2004 y 2006. La primera comienza en el momento que una enfermera trae consigo la maldición desde Japón a Estados Unidos y termina matando a su familia después de ser visitada por los fantasmas que la acosan. La última (y que es de algún modo el presente del relato) muestra una detective policial investigando los hechos ocurridos en la casa que es nuevo hogar de la maldición y que desde entonces viene atormentando y cargándose a quienes tienen la pésima idea de entrar. Un relato en cuatro tiempos que se hace de manera alternada y en un orden no cronológico como para ir armando el rompecabezas. Esta estructura fragmentaria, que ya estaba de algún modo presente en la original japonesa de 2000, es una de las cosas que mejor funciona.
En esta versión íntegramente norteamericana, los fantasmas protagónicos que vinieron recorriendo la saga, el niño Toshio y la temible Kayako, tienen una participación mínima, reemplazados por los de la familia de la enfermera, en particular su hija, la pequeña Melinda. Hay sin embargo algunos guiños a las predecesoras, como el perturbador sonido que Kayako hace con la garganta o la célebre escena de la ducha, pero el origen japonés es apenas citado. Del mismo modo el estilo y las atmósferas tan particulares de la saga y que hicieron bastante para darle forma al J-Horror tampoco son de la partida.
A juzgar por las dos películas anteriores de Pesce (que no son tantas como para sacar conclusiones pero es lo que tenemos), el realizador pareciera estar más interesado en un horror más terrenal y corporal, con personajes perturbados de rasgos perversos o psicopáticos. En su película anterior, Piercing (2018) citaba directamente al Giallo incluso desde la banda sonora, mientras que su primer film The Eyes of my Mother (2016) podría pensarse como una versión refinada de The Texas Chainsaw Massacre. Será quizás por eso que muestra mayor cuidado en las reacciones que la maldición provoca en las víctimas, que incluyen diversas formas de locura, mutilaciones y asesinatos, mientras que las apariciones de lo sobrenatural son anodinas y deslucidas, resueltas con el típico y aburrido recurso del jumpscare que no apela más que al sobresalto. Se nota un intento del realizador de construir atmósferas que de algún modo funcionan, pero que se arruinan completamente cuando los fantasmas saltan desde la oscuridad de la manera más previsible y ruidosa, como si no se pudiera sostener la tensión y hubiera que sacarse el trámite rápidamente de encima.
El gran ausente en La maldición renace es el miedo, aquello que el J-Horror originalmente había vuelto a traer y en una triste parábola volvió a quedarse afuera. Los films ahora clásicos de la movida seguramente resisten una nueva visión y posiblemente sigan produciendo escalofríos después de 20 años de estrenados, pero su legado está desdibujado y su influencia se volvió anecdótica. Sus imitadores repitieron sus recursos hasta volverlos lugares comunes y tomaron lo más superficial, como ese fantasma pelilargo y quebradizo que ahora vemos por todos lados. No es culpa de sus creadores y tampoco de realizadores como Pesce que para su versión no trata de reproducir aquel estilo. Quizás no sea una mala decisión, como por escapar de la repetición y el cliché, pero tampoco lo reemplaza por algo que sea más original, efectivo o inquietante.
LA MALDICIÓN RENACE
The Grudge. Estados Unidos, 2020.
Dirección: Nicolas Pesce. Reparto: Andrea Riseborough, Demian Bichir, John Cho, Lin Shaye, Betty Gilpin, William Sadler, Jacki Weaver, Frankie Faison, Zoe Fish,Tara Westwood. Guión: Nicolas Pesce, historia de Nicolás Pesce y Jeff Buhler, sobre el film de Takashi Shimizu. Fotografía: Zack Galler. Música: The Newton Brothers. Montaje: Ken Blackwell, Gardner Gould. Dirección de arte. Bruce Cook. Producción: Takashige Ichise, Sam Raimi, Robert G. Tapert. Producción ejecutiva. Doug Davison, Joseph Drake, Nathan Kahane, Roy Lee, John Powers Middleton, Andrew Pfeffer, Schuyler Weiss. Diseño de producción: Jean-Andre Carriere. Distribuye: UIP – Sony. Duración: 94 minutos.