El cine de animación 3D nacional todavía transita sus primeros pasos, no sin enfrentar las dificultades lógicas de quien recién se ha puesto de pie. La Máquina que hace Estrellas es el ejemplo, como lo será el Metegol de Campanella, de cómo funciona la producción argentina en este rubro: equipos de trabajo especializados pero reducidos y un presupuesto alto para el país pero ínfimo en comparación con tanques que aspiran al mismo sector. Antes que nada hay una idea y todo un conjunto organizado detrás de ella. Se trata de una película que aspira a abrir el mercado, buscar nuevas fronteras sin concentrarse sólo en el público local -de ahí el molesto, aunque entendible, español neutro de sus personajes. Por otro lado el primer planteo es argumental, hay una noción de qué se quiere contar y cómo hacerlo, y si bien presenta dificultades, se sobreimpone en su marcha intergaláctica para ofrecer un producto bien logrado.
Considerar los logros o fallas de un proyecto que implicó años de trabajo a partir de su nacionalidad, es desmerecer el esfuerzo y la calidad de los artistas. La Máquina que hace Estrellas es una buena película aún cuando no puede competir desde lo técnico con Pixar o DreamWorks. En sus fugaces 65 minutos, el guión de Esteban Echeverría y Gerardo Pranteda se muestra irregular, con toda una parte inicial que se resiente por el diálogo permanente y las continuas menciones a los Molinets, Pandabás, Lynkanes o al artefacto del título. La prolijidad de los efectos y los logros del acabado no alcanzan para hacer frente a un comienzo problemático, que incluso presenta inconvenientes a la hora de desatar la acción, con un espectador que no sabe si está en presencia de un sueño hasta que este se alarga tanto que por descarte se convierte en realidad.
Tras la turbulencia en el despegue, el vuelo de Pilo logra estabilizarse, suma a un nuevo pasajero -un robot desvencijado que aporta los necesarios toques de humor- y avanza con rumbo firme por la ruta del Sinfín. Cuando el protagonista se ve envuelto en el turbio negocio espacial del villano de turno, la historia se equilibra y permite el disfrute, deja percibir los logros de la animación en personajes y escenarios, con un 3D estereoscópico que evita el lugar común del efectismo.
Su ascenso hacia las estrellas se produce en el muy buen desenlace que Echeverría y equipo tienen para ofrecer, cuando todos los fragmentos que se vieron con anterioridad se conjugan para entregar un cierre épico. Desde el leitmotiv de Hernán Rinaudo hasta las imágenes en pantalla, no hay nada que se perciba como recursos limitados cuando se está en presencia de un explosivo final cargado de emoción, capaz de contagiar e iluminar a cualquiera.