¡Hacéle caso a tu madre! ¿Cuántas veces hemos escuchado esa frase? Hasta en la actualidad está vigente, pero mucho más en el año 1955, cuando comienza esta historia, y generalmente los chicos obedecían a sus padres mucho más que ahora.
En Texas, Estados Unidos, hay una antigua granja donde vive una familia muy especial. Una mujer Verna (Lili Taylor) con sus hijos y, lo que se supone, el abuelo de ellos. El sadismo y la perversión surge de ella en forma espontánea, proviene de su más íntima naturaleza por lo que no hay explicaciones ni justificativos. Es así y punto. Y este tipo de conductas es la que les enseña a sus hijos, en la teoría, convenciéndolos que los demás son malos y ellos se tienen que defender a su modo, durante la práctica haciendo justicia por mano propia con los métodos más crueles y tenebrosos posibles.
Luego la historia avanza diez años para contarnos la vida de ellos en esos momentos, y, en paralelo, la necesidad de un policía de vengar la muerte de su hija provocada por los muchachos, y también los sucesos ocurridos en un hospital psiquiátrico cuando los internos se fugan de allí llevando como rehén a Lizzy (Vanessa Grasse), la enfermera dulce y comprensible del establecimiento.
Los directores Alexandre Bustillo y Julien Maury no escatiman en gastos de producción, efectos especiales y, por sobre todas las cosas, de sangre, mucha sangre. Para mostrarnos sin tapujos los excesos y atrocidades en grandes cantidades de seres humanos que, no actúan como tales. La insensibilidad e inhumanidad es su rasgo distintivo. Matan a quienes consideran que deben morir con una sordidez brutal. Cuánto más sufren, mejor.
Pensada seguramente como una película de terror, no cumple con el objetivo, pues no llega a asustar en ninguna escena.
El film está destinado a los fanáticos de género. Tal vez lo más conveniente es catalogarla como gore pero, con un poco de suerte, será recordada únicamente por sus actos violentos y despiadados, donde faltaría nada más que los chorros de sangre salpiquen a los espectadores.