El loquito de la motosierra
La primera aparición del emblemático Leatherface, en la Texas Chainsaw Massacre (1974) original de Tobe Hooper, es hasta hoy uno de los momentos más estremecedores de la historia del cine de terror. Un grupo de adolescentes despistados quedan varados en una granja familiar, en medio de la nada rural estadounidense, y se encuentran con un abominable gigante deformado, empuñando una motosierra y chillando como un cerdo enloquecido. Una introducción así de sorpresiva, tan inesperada (aunque el título del film sea un spoiler en sí mismo), y al mismo tiempo tan horriblemente mundana, es probablemente la razón por la que el legado de Hooper en el sub-género del slasher sea algo casi irrepetible. No hacen falta más que unos pocos segundos para ver que detrás de esa máscara hecha con los restos de sus víctimas, hay una locura inexplicable más allá de toda la razón. Leatherface desafía cualquier motivo o diagnóstico patológico. Y en esa existencia escalofriante sin sentido es que radica el horror.
A lo largo de las varias entregas de la saga (con o sin Tobe Hooper involucrado), el “cara de cuero” fue cambiando parte de su esencia descerebrada con tal de brindar al personaje de un contexto más elaborado que el de matar a cualquier viajero que se le cruce. Es así que La Masacre de Texas: El origen de Leatherface (2017) toma esa misma posta para intentar desarrollar un pasado lo suficientemente perturbador, que sea capaz de convertir a una persona normal en un enajenado incapaz de expresarse de otra manera que no sea a través de la violencia.
La película abre con lo que podría ser el momento bisagra en la vida de cualquier psicópata: El pequeño Jed (Boris Kabakchiev) es alentado por sus hermanos caníbales y su irascible madre Verna (Lili Taylor) a desmembrar vivo a un pobre hombre acusado de robarles los cerdos del corral. Aquí, la aparición de la característica motosierra no se hace esperar, sin embargo, es curioso que la razón por la que esta familia enloquece en primer lugar nunca sea prioridad en una producción que se anuncia como la precuela que viene a explicar el origen de la saga.
De todas formas, la historia hace un salto de 10 años para ver ahora a Jed (Sam Strike) internado en un neuropsiquiátrico, bastante más cuerdo de lo esperable, teniendo que lidiar con la brutalidad de los tratamientos de lobotomía y la creciente ola homicida de sus compañeros pacientes. De golpe, un motín en el hospital hace que Jed (ahora llamado Jackson gracias a la ley de adopción norteamericana de los años 50’) pueda escapar junto a otros desequilibrados y una joven enfermera llamada Lizzy (Vanessa Grasse), e intentar rehacer su vida. Pero claramente no va a ser tan fácil.
El desafío del guion a cargo de Seth M. Sherwood es explicar – de una manera creíble – cómo un hombre con habilidades sociales aparentemente intactas puede transformarse en un asesino emocionalmente discapacitado, como el film original lo representaba en un principio. Algo que, si bien se trasluce en las escenas de violencia gráfica, nunca llega a ser del todo orgánico desde el punto de vista argumental, ni se acerca a la impronta oxidada y sucia del horror slasher del que proviene esta serie de películas. Aunque la sangre brote a montones y las prótesis sean más realistas, el ritmo es más cercano a la acción que al terror visceral y crudo que hizo famosa a la saga.
Lo que en la mente del dúo de directores franceses Alexandre Bustillo y Julien Maury (con antecedentes en el terror francés) era el ideal para homenajear al terror Clase B y re-versionar un personaje tan icónico del género, acaba siendo intento a medias. Ni las locaciones lúgubres en Bulgaria casi calcadas de la producción original del 70’ en Texas, ni las desfiguraciones en primer plano, pueden disimular que la premisa queda desfasada desde su concepción, al pretender crear una justificación racional a la bestialidad de un personaje construido a partir de la violencia más primitiva. Al igual que Spielberg nunca se preguntó las razones por las que su tiburón es una máquina de matar en Jaws, tratar de convertir a Leatherface en una figura trágica es algo más que innecesario, como olvidar que lo más aterrador de la naturaleza de un monstruo es que su crueldad resulta perturbadoramente innata.
No obstante, a pesar de que el resultado final haya sido más que insulso como componente del cine de terror, existe algo rescatable del film. Como gran parte de la industria actual del remake, La Masacre de Texas: El origen de Leatherface tiene al menos el mérito de mantener vivo el interés por una franquicia que ya lleva más de 40 años vigente en el imaginario popular. Algo que Tobe Hooper – fallecido poco antes de este último estreno, pero acreditado como productor ejecutivo – jamás hubiera imaginado.