Cuadros auténticos y amores falsos
“Una falsificación tiene siempre algo verdadero en sí misma”. Esta frase es la esencia de este film rebuscado y presuntuoso, otra muestra del sobrevalorado y sentimentaloide Giusseppe Tornatore (autor de la tramposa “Cinema Paradiso”). Aquí se mueve en torno a esa idea y elige como protagonista a Virgil, un experto tasador de obras de arte, un sibarita misógino y engreído que posee un ojo adiestrado para distinguir lo autentico de lo falso, pero en el arte no en la vida. Elegante, seguro, distante, sólo encuentra abrigo en medio de ese mundo hecho de puras representaciones. Una extraña mujer que se niega a ver la luz del día, lo invita para que tase sus cuadros. Y se enamorará de esa mujer, una copia, un fantasma que pondrá en tela de juicio su sentido de la apreciación. Y será esa falsificación la que le pondrá un poco de incertidumbre y vida a ese corazón vacío y castrado.
El film empieza bien. Hay clima, hay intriga y suspenso, pero poco a poco, a medida que se revelan sus secretos, se va deshilachando. El experto al fin aprenderá que a veces –en el arte y en la vida- pueden cautivar más las falsificaciones que los originales. Artificiosa y con personajes secundarios apenas extravagantes, Tornatore nos enseña a desconfiar de los expertos y nos recuerda que el amor está hecho de verdades y de falsificaciones.