El cazador cazado
Enorme éxito en su país de origen, la película de Giuseppe Tornatore es un thriller centrado en un antipático agente de subastas de obras de arte, compuesto por Geoffrey Rush. La mejor oferta (La Migliore Offerta, 2013) consigue atrapar al espectador, pero su aura de producto de calidad y su evidente cálculo le quitan efectividad dramática.
Virgil Oldman (Geoffrey Rush) es un especialista en obras de arte que oficia de subastador. El sonido seco de su martillo es, de alguna manera, una réplica de su carácter. Cuesta imaginar pasión en este hombre quejoso, distante; pero hay un secreto que esconde y es allí en donde reposa su mayor grado de sensibilidad. Virgil, con ayuda de su amigo Billy (Donald Sutherland), se ha ido apoderando de los retratos de las mujeres más codiciados por todos. Y con frecuencia observa, cautivado por tanta belleza, esas adquisiciones. En la más rotunda soledad.
La mejor oferta hace de Virgil el epicentro de un relato que reincide una y otra vez sobre las simetrías, las obsesiones, los mecanismos del engaño. Él puede emocionarse frente a un conjunto de obras de altísimo costo, pero de las mujeres en la vida real… Bien, gracias. Hasta que recibe el llamado de una misteriosa mujer que, sabremos, sufre de agorafobia, y que le pide asesoramiento para vender una numerosa cantidad de piezas que ha heredado de sus padres. A partir de allí se irá gestando una red de encuentros, desencuentros, y engaños por doquier. ¿Qué intenciones se esconden detrás de esa misteriosa llamada? Al mismo tiempo, en ese juego hermenéutico, la trama oficia como reveladora de un proceso de liberación de Virgil (un tanto obvio, por cierto).
La última película del celebrado Tornatore (sobre todo, a partir de su canonización cinematográfica con Cinema Paradiso, 1988) emula la sofisticación y el agobio del personaje central, merced a una puesta en escena en donde todo aspira a la excelencia. Desde la fotografía, la música (compuesta por Ennio Morricone), el montaje; todo se ofrece como un mecanismo de relojería. En cuanto al guion, una de sus virtudes es lograr que el espectador empatice con un personaje tan poco simpático. Pero esa densidad propia de su aura de cine de qualité le resta emoción al resultado final, tan proclive a que todo encaje, como si la película no fuera más que una concatenación de efectos con un mensaje previsible. El autómata que se construye en la película (en una sub-trama que, obviamente, se integra junto a las demás en el final) es como una metáfora del efectismo que modela este thriller: quítese ese elemento y verifíquese qué se gana y qué se pierde.
Así, entre acordes excelsos, obras de arte, elementos amorosos, actores consagrados y aspiraciones a grandeza, transcurre este film que atrapa en buena parte de su metraje. Y que a varios hará recordar a Nueve reinas (2000), maravillosa película argentina que con más austeridad ofrecía mejor cine.