La valuación del amor
El último trabajo del director italiano Giuseppe Tornatore brinda una historia muy atrayente con un personaje que nos va atrapando de menor a mayor, en una curva muy rara de describir. Virgil Oldman (Geoffrey Rush) es un valuador de arte muy talentoso para detectar falsificaciones, se ganó la fama de sus colegas y es consultado para distintas subastas de obras de todas las épocas. Sin embargo, en un mundo que requiere honestidad y corrección por una cuestión lógica, al principio de la película descubrimos que las prácticas de este personaje no son tan éticas como su trabajo lo requiere, al realizar arreglos con su amigo Billy (Donald Sutherland) para adquirir obras originales y muy caras, justamente, mintiendo sobre su origen valuandolas a un precio menor.
Hay que destacar que el amor que Virgil tiene por el arte y su colección es tan grande que contiene toda la libido de una vida entera, ya que se trata de una persona incapaz de tener un contacto con una mujer. De repente, se encuentra con la llamada de una joven, Claire Ibbetson (Sylvia Hoeks), desesperada por vender el mobiliario de la casa antigua de sus padres, junto con las obras de arte de valor que contiene. La (no) aparición de Claire es fantasmal, y este factor, que en principio irrita a Virgil, sirve para que éste caiga en la ansiedad y se pregunte por la chica y el motivo que rodea su ocultamiento, lo cual la acerca más a ella y su universo. Ahí descubre que la chica tiene un trastorno llamado agorafobia, el cual evita que salga de su casa y tenga contacto con otros seres humanos.
Mientras tanto, la visión de negocios (turbios) de Oldman no se detiene y cada vez que entra a la casa de los Ibbetson, roba las piezas de un autómata androide del siglo XVII que su amigo Robert (Jim Sturgess) arma con lo que Virgil va sacando, pero al mismo tiempo le pide consejos amorosos por su nueva obsesión.
De esta manera, Virgil se va metiendo en un juego donde lucha con su frialdad, ablandando su ser para convencer a Claire de salir. Se trata de dos personajes que de alguna forma se identifican entre sí para confiar sus miedos y dejar de lado las tensiones, este coqueteo atrae al espectador de forma muy efectiva hasta el momento en el cual finalmente Claire decide salir de su habitación para encontrarse definitivamente con Oldman.
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Tanta tensión y jugueteo para llegar a ese encuentro y a partir de ahí la película empieza a caer lentamente. Esa expectativa entra en una meseta pronunciada que solamente levanta un final bien armado y narrado de forma que el espectador vaya armando cómo puede el rompecabezas. Si bien no era previsible, a lo largo del film va dejando pistas que nos hacen pensar que eso iba a suceder.
La actuación de Geoffrey Rush es muy efectista, hace empatizar al espectador con un personaje de alguna forma despreciable si lo conociéramos en persona. El relato está muy bien armado para que caigamos en su mundo y podamos verlo con sus ojos. En definitiva, la película trata un tema donde el amor y el arte se encuentran en un punto que parecía no unirse, y la película va dejando rastros de su mensaje y completa resolución.
Como dijimos, el relato tiene un ritmo pausado, a fuego lento, que a muchos les puede parecer aburrido, a otros por el contrario, los atraerá más. La experiencia de Tornatore y la música de Ennio Morricone ayudan de sobre manera para envolvernos en ese mundo. Personalmente, la película me gustó aunque se hace un poco larga hasta llegar a su resolución. De todas maneras, como dije anteriormente, va en propósito de crear un clima y de ponernos en el lugar de Oldman de calificar la vida de la misma forma que lo suele hacer con el arte.