Un experto en arte (Geoffrey Rush, siempre bien), es contratado por una rica y elusiva joven heredera para vender una colección de pinturas. Ella no se relaciona con nadie, él se obsesiona con ella. Tornatore filma con buen gusto -un buen gusto demasiado abúlico- una historia donde lo que más interesa es cierta elegancia actoral. El film está demasiado decorado, y en cierto punto recuerda más al teatro, o incluso a la “televisión de calidad”. O mejor, a una pintura (más) en la pared.