Los falsos autómatas
No son casuales dos detalles que coronan este regreso grande del genial Giuseppe Tornatore luego de la anodina Baarìa (2009) a las raíces de su mejor cine y a su manejo exquisito de la narración cinematográfica que quedan más que sintetizados en La mejor oferta. Esos dos elementos, que se yuxtaponen a lo largo de una meticulosa trama donde se mixtura una historia perturbadora de amor; el drama existencial de dos personajes en apariencia opuestos pero tan falsos desde los sentimientos como para encontrarse en su camino, con aristas de thriller psicológico y no grandilocuente, son por un lado la idea del autómata y por otro el de la autenticidad y falsificación en el mercado del arte.
Tampoco resulta casual que el protagonista, interpretado con solvencia por el eximio Geoffrey Rush, tenga por apellido Oldman que traducido del inglés significa algo así como hombre viejo porque precisamente su obsesión por el pasado, por lo arcaico, por ese aura que emana de toda obra de arte y ya no existe es lo que mejor define su conducta y su talón de Aquiles, por decirlo de algún modo. De allí que representar a un martillero experto en subastas de mobiliarios o piezas artísticas de enorme valor monetario lo ubica en un lugar preferencial y que no está precisamente conectado con el mercantilismo en su variante más patética como la de cualquier curador oportunista de estos tiempos, sino con la ambición de conocer y poseer obras u objetos de extraña procedencia.
Con semejante carta de presentación para completar las esferas de la personalidad del misterioso Oldman, el agregado de su inefable elegancia, reserva para con sus clientes y pulcritud, no hacen más que definirlo como el personaje ideal para llevar a cabo una misión un tanto incómoda: subastar todas las pertenencias de una enigmática joven, Claire Ibbetson (Sylvia Hoeks), heredera de una fortuna obscena, cuya particularidad es no mantener contacto visual con el entorno por un aparente mal físico, ligado con la agorafobia.
Seducido por el enigma más que por la posible recompensa final una vez tasada cada pieza de la gigante mansión que alberga secretos, las piezas desparramadas de lo que supone podría pertenecer a un autómata forman parte de la red que envuelve a Oldman al tiempo que la inquietud por revelar la identidad de la joven heredera se acrecienta en un juego de contemplación, fisgoneo y peligro latente, que va in crescendo así como un leve enamoramiento a pesar de la sustancial diferencia etaria de los amantes.
En paralelo, una subtrama que avanza por los andariveles del thriller se acomoda entre los intersticios de un drama existencial de un vigor llamativo que deviene en tortuoso romance como parte de un mecanismo de puesta en escena de una ambición solamente sostenible gracias al talento del realizador de Cinema paradiso (1988).
Las lecturas posibles sobre La mejor oferta avalan análisis en base al contrapunto de la idea del automatismo contra el libre albedrío cuando el deseo se interpone a la razón porque ¿Acaso existe algo más autómata que trabajar de martillero para engañar con artilugios retóricos a los incautos e ignorantes compradores? Esa es la pregunta que el film no se atreve a responder sin arriesgar un costado de ambigüedad permanente que lo hace acreedor de los méritos necesarios para considerarlo casi al nivel de una obra maestra. Claro está que parte de ese elogio obedece pura y exclusivamente a la soberbia dirección de Tornatore y la actuación de Geoffrey Rush en un rol hecho a su medida.