Topografía de una época de terror. Los silenciosos planos aéreos de lo que parece ser Buenos Aires se alteran con voces en off de experiencias, de personas que aún sufren, de almas que todavía buscan. El documental de Facundo Beraudi, que tuvo su presentación en el BAFICI 2016, sigue el trabajo de los distintos grupos que integran el Equipo Argentino de Antropología Forense con un objetivo que, después de 40 años, todavía no ha podido cumplirse pero que avanza a paso constante: la búsqueda de los desaparecidos.
No existe argentino alguno que no se encuentre atravesado por la etapa más terrorífica de la historia del país y por supuesto que, a cuatro décadas del suceso, todavía las manchas se encuentran frescas, el negro de ellas aún resalta. El director junto con su cámara no son la excepción, por eso no dudan en ningún minuto abandonar la decisión ética (y estética) de mantenerse junto a estos ya mencionados antropólogos a la hora de exhumar cuerpos enterrados y recolectar estos huesos envueltos en harapos. Así, sin apartar la vista, sin vergüenza, con la suciedad y los años impregnados en los cadáveres. Después de un trabajo técnico es como se avanza para que aquella persona sin nombre vuelva a tener una historia, que su familia se reconforte en que podrá finalmente volver a casa.
A lo largo del film se repite una palabra en las distintas declaraciones que pueden escucharse. La palabra es “cerrar”. La herida sigue abierta. Personas que vieron por ultima vez a su padre, hijo, nieto, que recuerdan con exactitud las últimas palabras de estos; para ellos no tener certeza de lo que pasó con su ser querido es la herida que no cierra.
Aquel que busca parece tampoco tener identidad, porque la persona que le fue arrebatada era la que formaba parte de la vida que lo definía. Beraudi logra crear, a la manera de ficción, ese deambular eterno de los que buscan sin saber dónde, esa rutina que logra paliar un poco el abrumador pasado y que mantiene con vida o con un propósito. No obstante, aunque parecieran personas sin identidad, el director recuerda la fortuna de estar vivos, de vivir en la democracia y de ser alguien con la simple elección de dar a conocer por lo menos el nombre del entrevistado.
La obra amplía su horizonte topográfico hasta El Salvador, siguiendo al equipo de antropología en su misión de dar a conocer la identidad de los restos que yacen en las fosas o tumbas. Probablemente intercalar escenas de esta labor en el país centroamericano no estaría justificado si no fuera por este objetivo, aún así resulta levemente descolgada esta aparición pese a que se entienda a la vez el sentido del tema que se está tratando.
Topografía de una época de terror… y del tiempo. El rastreo da la noción de cuánto ha pasado desde esta era brutal que asoló las vivencias de millones. Pero para los que aún buscan los años pasan diferentes, a veces quedan estáticos, como quedar anclado en la memoria. Para estos huesos aún sin descubrir la memoria permanece intacta, mientras esperan por volver a tener una historia.