Bella tristeza
La nueva película del actor Benjamín Vicuña aborda con delicadeza la crisis de una pareja tras la pérdida de su hijo.
Es inevitable asociar a Benjamín Vicuña con la historia que plantea La memoria del agua. Casi como en su pública vida real, la película que protagoniza el actor sigue el duelo y la crisis de una pareja que intenta resistir y reconstruirse tras la muerte de su pequeño hijo en un accidente doméstico.
Ellos son Javier y Amanda, muy bien interpretados por el chileno y la española Elena Anaya (afortunadamente, ninguno de ellos es obligado a falsear su acento original), quienes logran trasmitir la intensidad de la pérdida solo con miradas y gestos minimalistas. Así, en medio de una arquitectura que abunda en silencios y primeros planos, el filme comandado por el joven director chileno Matías Bize (La vida de los peces) cumple la función de encarnizar la soledad y el desasosiego de esos papás, aunque sin caer en sentimentalismos ni golpes bajos.
Por el contrario, como en un rompecabezas, la tragedia se construye borrosa y delicadamente a retazos, desde lejos, a través de los diálogos y las interacciones de los protagonistas. No se trata de profundizar en lo ocurrido, sino más bien de saber si estas dos personas podrán superar esa instancia y volver a estar juntas a pesar de ello.
Quienes han perdido a un ser querido saben que el duelo es individual y que, a la par del sufrimiento personal, la vida continúa para esos otros que acompañan o atestiguan la situación desde afuera. Con ese contraste también juega el director Matías Bize para hacer progresar la narración, poniendo en juego grandes cuestiones humanas como la inevitabilidad de la muerte, la existencia (o no) de un plan divino y la importancia de los vínculos para poder sobrellevar cualquier instancia que la vida nos pone por delante.
Por todo ello y aunque no es alegre, La memoria del agua se vuelve una historia necesaria. Y de yapa, está bellamente contada.