Sin subestimar
Durísima, conmueve sin caer en golpes bajos ni regodeos morbosos. Vicuña y Anaya, excelentes.
Suele decirse que la pérdida de un hijo es la desgracia más terrible que puede ocurrirle a un ser humano. Por eso, filmar una película sobre ese tema es todo un riesgo: no es fácil mostrar lo que les ocurre a los padres después de semejante pérdida sin caer en golpes bajos, sentimentalismo, condescendencia. La memoria del agua lo consigue sin dejar de ser conmovedora.
El planteo es tan simple como angustiante: se trata de ver cómo sigue la vida de un hombre y una mujer después de la muerte, en un accidente doméstico, de su único hijo (un niño de cuatro años). La gran pregunta es a qué puede aferrarse alguien para seguir adelante después de semejante mazazo. Hay otras, como si una pareja puede sobrevivir a esa desaparición o está condenada a extinguirse.
Como en una suerte de estudio antropológico, la cámara sigue de cerca los pasos de Javier y Amanda en sus intentos por hacer el duelo, elaborar esa ausencia, ponerse otra vez de pie. Es asombroso el aplomo con que el director chileno Matías Bize -responsable, entre otras, de La vida de los peces, ganadora en 2011 de un Goya a mejor película iberoamericana-, de sólo 36 años, nos sumerge en este drama que no da respiro ni alivio en ningún momento: el peso de esa muerte está siempre presente.
En manos de algún director made in Hollywood, esta historia habría tenido alguna moraleja tranquilizadora. Bize hace que todo esté teñido por la tragedia; no da posibilidades de olvidarse ni por un minuto de lo que ocurrió, pero sin regodeos morbosos. Tampoco es redundante: sin subestimar, permite que cada uno reconstruya la historia con los elementos narrativos indispensables.
Es imposible ver la actuación de Benjamín Vicuña sin pensar en que atravesó la misma situación que está interpretando. Su trabajo es sorprendente: a tono con la película, transmite sin ampulosidad, apenas con gestos, miradas, tonos. La española Elena Anaya -conocida aquí por La piel que habito, de Almodóvar- está a la altura. Ellos contribuyen a que esta sea una de esas películas que se ven al borde de las lágrimas, y que siguen presentes -para bien o para mal- en el ánimo mucho tiempo después de haber salido del cine.