Coincidencia con lo real intensifica este drama
Un tema muy fuerte, tratado con delicadeza, el duelo por la muerte de un hijo pequeño, se hace todavía más fuerte y delicado cuando advertimos que el protagonista viene de sufrir una pérdida similar. Y no sólo protagoniza la obra, sino que también es uno de los coproductores, quizá porque de ese modo, en una especie de psicodrama que necesita hacer público, puede sentirse algo mejor. Al menos, el personaje no digamos que se siente mejor, pero logra descargar sus sentimientos.
Por ahí va el nudo de la historia. No vemos la muerte, sino la pareja desgarrada. La mujer llora, no soporta seguir en esa casa, el hombre trata de contenerla y mantenerse firme, y ella no lo entiende. No puede entender por qué él quiere mantenerse de pie, como los hombres de antes. Sobreviene la ruptura. Cada uno intentará concentrarse en su trabajo. Él debe diseñar una casa para que otros sean felices. Hay silencios, callada evocación en los ojos, una soledad que no se comparte.
Ahora no entendemos cómo ella tan rápidamente acepta la contención de otro hombre, pero, en fin, esas son cosas de los guionistas. En algún momento los miembros de la pareja rota volverán a encontrarse. ¿Pero volverán a reunirse, a reconstruirse como pareja?
El director chileno Matías Bize ("Lo bueno de llorar", "La vida de los peces") va exponiendo esas etapas de tristeza con primeros planos concentrados en los rostros que dejan afuera todo el entorno, como suele ocurrir cuando la gente se concentra en su dolor. Emplea también colores suaves, melodías suaves, y un tiempo de invierno, pero con una fotografía tan bonita de Puerto Montt y Puerto Varas que a veces parece una publicidad. Se entiende, es el modo de hacer que el público pueda soportar mejor la historia. De hecho, la soporta y agradece.
Dicho sea de paso, el tema hizo recordar a los viejos espectadores una película que aquí se llamó "Un día para mi amor" (Den pro mou lasko, 1977), del checo Juraj Herz, hombre más bien dedicado al cine fantástico. Una pareja joven pierde a su nena de tres años, que parecía llena de vida. La lloran, deben desarmar su piecita, deben seguir adelante, superar después algunas diferencias. Un dia la esposa vuelve a quedar embarazada. Vuelve a pintar la pieza. Y aparece la nena, como algo natural, le toca la panza y le pregunta "¿Le vas a hablar de mi?" Y ahí termina. En aquella época, Juraj Herz era un poeta.