Buena parte del cine de terror que se filma en la Argentina, y que tiene en el ya tradicional festival Buenos Aires Rojo Sangre un espacio sólido y bien organizado de difusión, suele producirse en condiciones modestas y con actores con poca o nula experiencia. Con La memoria del muerto , Javier Diment se corre de esa lógica: su propuesta es una película más cuidada desde el punto de visto técnico, que busca impactar con un uso sofisticado de recursos visuales y sonoros pero no descuida el nivel de las actuaciones. Los integrantes del elenco del largometraje son actores de reconocida trayectoria en el ámbito del teatro y el cine nacionales, pero trabajando en el marco de un género que los desafía, justamente por su poco desarrollo local. Y resuelven con solvencia una historia de ribetes melodramáticos, cargada de secretos sentimentales inconfesables, pero teñida de sangre: como una telenovela de la tarde virada al rojo más furioso.
Diment trabaja sobre el gore y el humor negro para contar la historia de un peligroso ritual al que un grupo de amigos se entrega con el objetivo de regresar de la muerte a un recién fallecido. No se trata de adolescentes, como en la mayor parte de las películas de este tipo que se producen en serie en los Estados Unidos con buenos resultados de taquilla, sino de adultos con problemáticas propias de su edad. La buena performance actoral y la imaginación de Diment para generar imágenes inquietantes son lo mejor de una historia cuyo argumento a veces flaquea. Para el director, que ya había filmado Parapolicial negro , donde cruzaba la ficción con el documental, y un telefilm dedicado al abuso de mujeres cuya exhibición fue finalmente descartada por su crudeza, es un primer paso ambicioso que tuvo repercusión internacional (en los festivales de Sitges y Fantastic Film de Montreal) y que está claramente destinado a, como él mismo ha declarado, "trabajar el cine de género para provocar efectos concretos en lo emocional de los espectadores, al margen de la reflexión".