Aquí también podemos hacerlo
La Memoria del Muerto es esa clase de cine que despierta adhesiones inmediatas entre los degustadores del cine de género. Después la película puede ser buena, regular o mala pero la empatía se la gana ya desde el siniestro, bellísimo póster. “Una de terror”, diría alguien y no se estaría equivocando. En la Argentina existe una cantidad impresionante de seguidores de este género, así como del fantástico en cualquiera de sus infinitas posibilidades. La revista La Cosa, los muchachos de Farsa, el Festival BARS, los hermanos García Bogliano, son sólo algunos nombres que surgen casi naturalmente. Y puedo asegurar que se trata apenas de la punta del iceberg. El cine comercial argentino ha demorado demasiado en dejar entrar a esta generación de sangre nueva que desespera de ganas por dejar su impronta. En tiempos más o menos recientes se han conocido algunos exponentes pero en verdad nada demasiado valioso hasta el momento. Visitante de Invierno (2006), Sudor Frío (2010) o Malditos sean! (2011) fueron propuestas que incursionaron en el terror con más o menos suerte. La más reciente, ya vendrán otras de a poco, es La Memoria del Muerto, segunda obra de Valentín Javier Diment luego de Parapolicial negro, apuntes para una prehistoria de la AAA (2010). Técnica y estéticamente hablando, es la producción nacional más destacada de este género que yo haya visto jamás. Pero el guión dista de ser bueno. Sí la idea. El problema es cómo la ejecutan…
Me genera un auténtico placer encontrar a un compatriota que ha sabido expresar en su película todas las influencias típicas (Carpenter, Romero, Raimi) sin caer en el mimetismo burdo. Hay mucho de Diabólico (The Evil Dead, 1981) en algunos aspectos pero nadie osaría acusar a Diment de plagiar nada. Lo importante pasa por la muy cuidada puesta en escena y el trabajo excepcional que se llevó a cabo en los rubros de fotografía, arte y efectos especiales para narrar la historia. La música de Pablo Borghi es excelente aunque el director se equivoca al dejar que atraviese el relato de punta a punta casi sin descanso. A veces es preferible que el score no interfiera con la escena. Se gana en suspenso sin necesidad de caer en el artificio. Lo más destacado en general es el clima pesadillesco que le imprime Diment a un guión con problemas entre los cuales no pueden faltar los diálogos, eterno dilema del cine argentino. Las imágenes logradas por el DF Claudio Beiza con la colaboración del resto del equipo técnico son increíblemente fuertes y por demás convincentes. El dramatismo de las escenas es extremo y cuando las actuaciones acompañan, que no sucede siempre, el impacto es fulminante. Los toques de humor ayudan a descomprimir algunos pasajes brutales pero el verosímil de a poco se va perdiendo hasta derrapar por completo en el final. Aunque esté buscado no es un final memorable para una de las escasas películas del género que se ha dignado a subvencionar el INCAA. Y es una pena que así sea.
Los actores se prenden de buen grado en los juegos del director: Lola Berthet, Luis Ziembrowski, Matías Marmorato, Jimena Anganuzzi y Lorena Vega no escatiman sangre, sudor, lágrimas… y unos cuantos alaridos estereofónicos. Con una premisa que parece sacada de una novela de Agatha Christie (siete personajes encerrados en una casa que empiezan a morir uno por uno) para luego adosarle un esqueleto fantástico, Diment entrega un surtido de horrores que el amante del terror clase B sabrá apreciar como se debe. Y espero que en su sala de cine favorita…