El modo en que Gianolli cuenta la crisis económica y social, y como refleja su relación con el estado ausente, da cuenta del impacto en las vidas que tiene el recorte del gasto público.
Cuando una película comienza advirtiendo al espectador que la historia reflejada se basa en un caso real, este está invitado a un conjunto de sentimientos, desde el asombro por la veracidad de lo increíble, hasta la más lacrimógena situación, cuando la historia revelada tiene características melodramáticas al extremo. Ese mensaje previo condiciona al espectador de un modo inevitable. Aun cuando parezca una digresión de alguien con pocas ganas de escribir sobre la materia concreta, durante el desarrollo de La mentira (o En el origen una traducción mucho más interesante, además de literal) me vi compelido a volver constantemente a esa frase inicial, a esa certificación de que aquello que Giannoli narra efectivamente ocurrió. En la dialéctica entre lo increíble de los sucesos y la información inicial con la que cuenta el espectador, se modifica la percepción. ¿Es esto trascendente para el trabajo de interpretación? Si, definitivamente. En la opinión de este espectador, es lamentable que esa información haya condicionado el desarrollo. ¿Por qué? Porque el entramado que se va construyendo, el personaje que se va construyendo, las capas de situaciones económicas, sociales y personales que se van descubriendo a lo largo de la historia, no estando condicionadas por la marca de la certeza, permitirían generar en el espectador vacilación, sentidos de lectura más complejos, incógnitas y focalizaciones, que se pierdan en el anclaje sobre la realidad que implica la revelación original.
La mentira cuenta la historia de un pequeño estafador que, falsificando papelería de empresas y utilizando nombres de gerentes de las mismas, consigue que le entreguen mercaderías que luego vende para hacerse de algún dinero. Se traslada por toda Francia huyendo y replicando sus maniobras. Así llega a un pequeño pueblo, donde sin haberlo intentado, es convertido por el deseo de los habitantes, en el responsable de la rehabilitación de una obra vial detenida por falta de presupuesto. La desocupación se instaló allí con la suspensión de esa obra, de modo que ellos proyectaron en ese desconocido, la esperanza de volver a recuperar la dignidad laboral. Paul, conocido como Phillipe Miller, se aprovecha de esta situación para estafar con pedidos de coimas a los posibles proveedores, pero rápidamente se verá desbordado por las necesidades y ansiedades de los habitantes y las autoridades.
El modo en que Gianolli cuenta la crisis económica y social, y como refleja su relación con el estado ausente, da cuenta del impacto en las vidas que tiene el recorte del gasto público. Es muy interesante, por otra parte, como el registro del relato es capaz de ubicarse en la subjetividad de los habitantes del interior francés, y contar la lejanía concreta con el centro económico, su dependencia y el alcance de sus deseos. Este impacto tendrá un alcance incluso en los cuerpos vivos de cada uno de ellos, los personajes tienen sutileza y complejidad en su construcción. El director evita toda referencia burda, toda sencillez en las relaciones. El crecimiento de todos ellos es una nota destacada de esta película.
Lejos de considerar a la acción individual en el orden del héroe, Gianolli imprime a su personaje un destino inevitable. No hay un deber moral, sino la manifiesta imposibilidad de hacer otra cosa ante semejante conjunto de situaciones personales y sociales.
Si bien al final el tono general se vuelca hacia el registro del melodrama personal, la película sigue articulando los relatos personales y los de conjunto, de modo de dar cuenta de la inscripción en lo individual de la crisis económica.
La construcción de los personajes y las actuaciones que los sostienen son impecables. El trabajo de Francois Cluzet nos pone ante un actor digno de la mejor tradición moderna del cine fránces. Sostenido por Emmanuelle Devos, el resto del elenco cumple de igual modo su labor. La decisión del realizador de evitar las sobre explicaciones es clave para acompañar la confusión del protagonista a lo largo de gran parte de la historia.
La mentira es brillante en su primer hora y una buena película en la segunda. Tal vez hubiera estado cerca de grandes películas francesas de los últimos años, si el director hubiese renunciado a cierto impulso épico que aparece sobre el final de la misma.