La mirada del amor

Crítica de Brenda Caletti - CineramaPlus+

EL TEMA EN DISCORDIA

“Ha sido agradable verlo durante un momento; creer que Garrett seguía aquí- le confiesa Nikki a Roger-. Me sentí como antes. Me volví a sentir viva”. Pero lo que para esta mujer inicia como un hecho aleatorio, incluso como una ilusión de sus más profundos deseos, se torna en ansiedad, en una búsqueda desesperada por recuperar su amor y su propia vida.

El matrimonio entre Nikki (Annette Bening) y Garrett (Ed Harris) era perfecto: se amaban con locura, disfrutaban de la vida, sabían cómo sorprender al otro. Pero, cuando festejaban su 30º aniversario en México, sucedió lo único que podría llegar a separarlos: la inexplicable muerte de Garrett.

Luego de cinco años, Nikki intenta reconstruir su vida gracias a su trabajo y a las visitas de su hija Summer (Jess Weixler) y Roger, el mejor amigo de Garrett, vecino y también viudo (Robin Williams). Pero a Nikki el destino le tiene preparada una sorpresa: cuando decide visitar nuevamente su museo favorito encuentra a un hombre idéntico a su marido. Entonces, este encuentro fugaz dejará de ser una simple anécdota contada al vecino para transformarse en su obsesión: por ubicarlo, por conocerlo… por retenerlo.

La mirada del amor expone ya desde el título el leitmotiv de toda la película y es quizás por ello que fue modificada su traducción del inglés (The face of love): ese acto tan común se transforma en un elemento clave; es a través de la manera en que Nikki mira a Garrett o a Tom (el otro hombre que interpreta Harris) como mejor se expresan múltiples sentimientos. Esa acción encierra la dicotomía entre la devoción y el pánico, entre ese amor verdadero y una relación enfermiza y es un trabajo en el detalle que el director Arie Posin cuida a lo largo del film. Incluso, lo refuerza en algunos diálogos o en el final.

A pesar de este acierto, el inconveniente primordial de La mirada del amor se relaciona con la construcción de la temática. En realidad, con su falta de elaboración. Porque en lugar de aprovechar un tema con tantas lecturas como lo es la duplicación de personajes, el director se queda en un plano chato o superficial. No hay incógnitas ni misterio, sino un relato sobre una mujer que se obsesiona con un hombre porque se ve como su difunto esposo.

En lugar de trabajar la tensión entre estos dos hombres, lo que provoca conocer a alguien igual a Garrett o experimentar alguna posibilidad, el “misterio” se reduce a que Summer o Roger descubran la verdad y, en un segundo plano, a que Tom lo haga.

La relación entre Nikki y Tom está construida sobre bases inverosímiles: en primer lugar, porque, más allá de la atracción, parecen dos personas extrañas que evitan conocer la historia del otro. En segundo lugar, resulta extraño que ningún vecino, con excepción de Roger, se sorprenda por Tom, es decir, ¿nadie repara en este hombre cuándo saben que Garrett murió hace cinco años? Por último, Nikki lo lleva a los mismos sitios a los iba con Garrett de forma frecuente. ¿Cómo es posible que el director sólo insinúe cierta confusión?

Esto sucede porque se estanca en el plano de la obsesión y sentimentalismo. Entonces, no sólo no interactúa la tensión antes mencionada, sino que rara vez se crea un shock. Y ni siquiera cuando eso sucede hay un efecto pues la exteriorización y el intento de sobrepasarlo se desdibujan bajo la leyenda “X años después”.

Entonces, La mirada del amor termina por quedarse en un nivel de poca profundidad, aunque sí desborde compasión y dolor. Al final, los sentimientos acompañan una situación enfermiza que, incluso, puede considerarse cruel. Hasta que, en algún momento, el director decida colocar nuevamente la leyenda “X años después” y el espectador comprenda que la vida continúa.

Por Brenda Caletti
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