Mar adentro
¿Qué pasaría si la persona que amamos fallece en un accidente y después de unos años la volvemos a encontrar, como si se tratara de un clon o un replicante salido de una novela de Philip K. Dick? La respuesta es el tema principal de La mirada del amor, filme dirigido por el israelí Arie Posin al que se podría definir como una rara mezcla entre drama y ciencia ficción.
La película arranca con un prólogo en el que se ve a Nikki (Annette Bening) de espaldas y frente a una pileta de material. Sola y pensativa, se la siente sollozar, se la ve sufrir. Nikki está al borde de la pileta para zambullirse en recuerdos inevitables, que la invaden con insistencia. El recurso formal para mostrar lo que Nikki recuerda es el flashback, al que Posin intercala con imágenes de ella sentada en lo que parece ser el fondo de su casa. Los flashbacks sirven para contar cómo fue el accidente fatal de Garret, su marido (Ed Harris).
Posin finaliza el arranque con un plano que obliga a verla por fuera del realismo del drama clásico. En un momento, cuando los recuerdos culminan con el cuerpo rígido de Garret a la orilla del mar, la cámara vuelve al tiempo presente y hace un plano detalle en las manos ensangrentadas de Nikki, quien aprieta con impotencia el vidrio de una copa rota (¿quién en su sano juicio haría algo semejante?). La introducción del elemento inverosímil funciona como la primera cláusula de un pacto entre el filme y el espectador.
Lo que se ve a continuación es la historia de esta mujer eternamente enamorada de su cónyuge y la reactivación de sus efluvios interiores, el redespertar de sus más bajos instintos al toparse con Tom (también Ed Harris), un hombre físicamente igual a su difunto esposo (es un artista incomprendido y bohemio que enseña Arte en la facultad y pinta en su tiempo libre). La tesis de la cinta es trillada: amamos siempre a una misma persona.
El mensajito esperanzador empieza a emerger como un iceberg invisible, subrepticio, como una línea que no se ve pero que se intuye escondida en la trama, desplazándose subterráneamente para susurrarle al oído del espectador que nada está perdido, que siempre es posible encontrar al amor de su vida, sin importar la edad que se tenga.
Por otra parte, La mirada del amor llega anunciada como la película póstuma de Robin Williams, el vecino y amigo enamorado de Nikki, el eterno segundón que la visita todos los días para nadar en su pileta, y quien la escucha y contiene.
La película camina, por momentos, por esa difusa línea que separa la realidad de lo soñado. Y en el final da toda la impresión de que su director se abatata y no sabe cómo concluir la historia, dando un giro tan torpe como ridículo. Aun así, es un filme ideal para quienes creen que se puede recuperar la juventud y el amor perdidos.