Te veo y no lo creo
Annette Bening es una viuda que conoce a un hombre igualito a su marido. Un filme inverosímil y dilatado.
Una mujer enviuda el mismo día en que celebra con su marido un aniversario de bodas. Están en México, toman más de un mojito, él se ha drogado un poquito, está el mar. Aparece ahogado.
Pasan los años y Nikki (una Annette Bening que sí sabe envejecer con los años, aunque la maquilladora piense lo contrario) sobrevive el dolor como puede. En verdad, no lo supera: no lo sobrevive porque no lo soporta. Un vecino y amigo (Robin Williams), que a veces va a nadar a su piscina -un dato no menor el del agua- la corteja. Ella le corta el rostro.
Todo seguirá así hasta que Nikki cree ver a su marido (Ed Harris). Lo sigue y este hombre es realmente muy parecido. Tal vez porque también lo interpreta Ed Harris. Cuando el amor nos estalla, a veces no vemos más allá de nuestras narices.
Eso le pasa a Nikki. Porque, como de entrada no le dice la verdad a Tom -que se parece tanto a Garrett, el amor de su vida- tiene que esconderlo. De su vecino, de su hija (que vive lejos, pero que puede visitarla). Y como La mirada del amor no es comedia, ni siquiera de enredos, sino un pretendido drama romántico, la cosa se va poniendo seria. Espesa.
La historia no podría durar mucho, ni siquiera estirarse sin que resultara increíble. Melodrama más acorde a la hora de las telenovelas, La mirada del amor falla allí donde ni Annette Bening, ni Ed Harris, y ni siquiera Robin Williams pueden ayudar. La trama.
Una pena, porque actores no faltan, y la pregunta es cómo aceptaron leyendo el guión. ¿O hubo cambios drásticos en la producción? Nunca lo sabremos ni tampoco interesa, porque el resultado es el que está en pantalla y por el que el espectador ha pagado su entrada.