RESISTENCIA HEREDITARIA
Una mixtura entre destino fatídico y círculo invariable. La selección de ciertas características de la tragedia griega que se ponen en contacto con una cena familiar, el esfuerzo del trabajo en el campo, emprendimientos laborales exitosos o fallidos y hasta con la burocracia argentina. Esos son los ejes narrativos que utiliza Miguel Cohan para construir retratos domésticos plagados de omisiones, secretos y fatalidades con relecturas tanto del héroe valeroso que conoce sus desventuras y, aún así, continúa el camino como de quienes buscan evitar tales profecías. Porque, en este caso, no hay personajes buenos ni malos, sino mortales silenciosos, solitarios, culposos, desconfiados que viven de forma automatizada y aplacando cualquier sentimiento profundo.
Lo más interesante de la película es que no se emiten juicios de valor acerca de los personajes, sino que son los espectadores quienes sacan sus propias conclusiones a partir de las gesticulaciones, los movimientos corporales, los detalles como la marca en una mesa, un fragmento de vidrio o la llave de la caja de seguridad y las sospechas e incertidumbres que teje cada uno, tras la muerte de Adriana (mujer de Elías y madre de Clara) en circunstancias extrañas. Todo esto sostenido primero por el punto de vista de Santiago (esposo de Clara) y, luego, por el suegro, es decir, una doble puesta en escena desde la mirada de cada uno pero también con situaciones y pensamientos singulares de cada uno de los hombres.
Por el contrario, el director prioriza tanto los conectores de los lazos sanguíneos y de las provindencias sombrías que se vuelven excesivos, le quitan fluidez al relato y desdibujan los entramados psicológicos, las conjeturas, la perplejidad, la desesperación o la falta de control. Hay tres recursos que subraya con mayor intensidad. El primero tiene que ver con la reincidencia de dos patrones de fallecimiento, uno por torpeza, como si fuera un descuido o un mal movimiento. Al comienzo, Simón, padre de Elías, recibe una descarga de electricidad. Aturdido, llama a su hijo pidiéndole ayuda pero lo confunde con el hermano muerto y corta. En dicho estado sube la escalera del molino y, a mitad de camino, cae espaldas. El otro, basado en luchas individuales de culpa y castigo, como si durante la extinción del aire terminara por fin la batalla entre esos sentimientos y triunfara la condena o cierta idea de justicia poética.
El segundo se evidencia en el degradé de colores de la vestimenta de los tres personajes principales en armonía con situaciones decisivas que cada uno afronta. Santiago lleva puesta una camisa azul oscura, una campera gris con costuras, detalles y matices azules y un sobretodo que completa ese pasaje. Clara tiene una remera camel oscura, un sweater con cuello volcados un poco más claro y un tapado un tono menor, mientras que su padre viste una camisa té con leche y un pullover con cierre en la misma gama de color. En los últimos minutos de La misma sangre una aparición de Jonás, hijo de ellos y nieto de Elías, confirma el mantenimiento de los presagios cuando traiga una bufanda y campera grises.
Por último, la manera en la que está filmada la ceremonia judía durante el entierro con el ataúd cubierto por la bandera, las manos de la gente sobre éste, los cortes en los interiores de los abrigos y la frases que los familiares deben repetir. El detenimiento de la cámara en Clara o su hermana venida del exterior o que cierto hombre se niegue a levantar el féretro, por ejemplo, señalan el círculo infinito de maldiciones. Un designio inquebrantable hasta que las capas y movimientos maquinales se desarticulen y los silencios den espacio a las palabras y a los sentimientos reprimidos por generaciones.
Por Brenda Caletti
@117Brenn