La Misma Sangre: Los secretos serán la perdición.
El nuevo film de Miguel Cohan nos lleva más allá de la pantalla que una familia pone frente al mundo.
Cada familia es un mundo. Esa es una de las frases más conocidas y una de las cuales no logra expresar la compleja realidad que hay detrás de ella. ¿Quién no se ha encontrado en la posición de juzgar a alguien solo para que se le recuerde que no conoce todo los que ocurre en la vida de dicha persona? En La Misma Sangre, ese es el punto de partida de esta historia familiar. Y son los hijos mismos quienes no tienen idea de lo que ocurre tras puertas cerradas entre sus padres, quienes ante sus ojos llevan 35 años de éxito matrimonial.
La base de esta historia es el matrimonio de Elías (Oscar Martinez) y Adriana (Paulina García), el cual es perfecto, visto desde afuera. Pero una noche, luego de una aparentemente pacífica cena familiar, la accidental muerte de Adriana deja a todos conmocionados.
El problema es que Santiago (Diego Velázquez), esposo de Carla (Dolores Fonzi), la hija mayor de matrimonio, tiene algunas dudas. Pero se debate consigo mismo ya que, más allá de haber escuchado a los dos pelear y haber encontrado parte del collar de Adriana lejos de donde falleció, no tiene nada concreto. Aún así, la duda es contagiosa y los hechos rara vez son tan simples como uno se los imagina.
En este film escrito por Ana y Miguel Cohan, la tensión está a la orden del día. No tanto un thriller, sino más bien un juego de 20 preguntas sin respuestas claras y con más dudas que certezas, la historia logra mantenerte atado a la silla de principio a fin.
Las mentiras y las relaciones son el plato fuerte de esta historia. El matrimonio como el centro de las mentiras: ¿qué le contás a tus hijos? ¿A tus nietos? La vergüenza como la raíz de las mentiras genera en esta familia algo más que una incomodidad pasajera. Los lleva al borde y los empuja al otro lado de la locura. Ese momento donde parece que alguien más se apodera de tu cuerpo y las acciones que siguen se sienten como las de alguien más.
La trama es compleja pero no confusa. Y Oscar Martínez sabe como traer a la vida a un padre amoroso pero perturbado, quien obviamente siente las presiones de proveer a su familia y quien no consigue aceptar la realidad que lo rodea honestamente. Se repite una y otra vez que una vez que logre el próximo negocio, la próxima entrega, el próximo contrato. Y esa ingenuidad (o quizá negación) es la condena al final. Paulina García, por su parte, nos demuestra el otro lado de un matrimonio fallido: cansancio, frustración, enojo. Ella es la que ya lo aceptó, la que está en pareja, la que quiere avanzar y es una vez más demorada por la negación y las malas decisiones de él.
Por último, tenemos Diego Velázquez que, en su rol de yerno, se debate entre contar lo que cree (que a veces duda de cuanta verdad hay en lo que presiente) y preservar su familia, la imagen que ellos tienen de su suegro y el recuerdo de la relación de ellos en los ojos de su hijo. Todo esto mientras Elías le inspira desconfianza, por no decir miedo, sin decir una palabra al respecto. Contrariamente, el personaje de Dolores Fonzi el cual no ve nada de lo que su marido sí y quien, en su pena, se indigna con él por hablar mal de su padre cuando este quiere confirmar si vio lo que cree que vio con ella. Pero quien, a pesar de negar y renegar de las implicaciones de su marido, termina admitiendo a sí misma que hay más detrás de la muerte de su madre de lo que su padre le contó.
Al final del día, nadie es quien cree ser. Nadie es quien los demás creen que es. Y las mentiras gestan rencor, desconfianza y errores irreparables que les cuestan a todos mucho más de lo que valen.