El coguionista y director de Sin retorno regresa al thriller con una historia que, como en sus films anteriores, comienza con una muerte (dos, en realidad), pero que tiene como objetivo principal abordar las lealtades, los secretos y las mentiras familiares, así como la transmisión del ejercicio de la violencia y de cierto sino trágico de generación en generación.
No es spoiler indicar que la película gira en torno de la muerte de Adriana (la chilena Paulina García). La cuestión será entender quién, cómo, por qué y para qué lo hizo. Adriana era desde hace 35 años la esposa de Elías (Oscar Martínez), un hombre de clase media alta, aunque su situación financiera es más bien precaria y la relación con ella estaba en plena descomposición.
La película va y viene en el tiempo y el protagonismo se reparte entre aquel matrimonio y el punto de vista de Carla (Dolores Fonzi), hija de Elías, quien se debate entre lo que siente y lo que luego cree que debe hacer. Está casada con Santiago (Diego Velázquez), un médico que ha sido testigo de varias situaciones incómodas y oficia como una suerte de investigador en las sombras.
La misma sangre funciona mejor en el terreno del drama familiar (las actuaciones son intensas y convincentes) que en el terreno del policial, pero está claro que a Cohan le interesó ahondar en cuestiones éticas y morales que se plantean con rigor y no poca capacidad de provocación.