El director Miguel Cohan -Sin retorno, Betibú- vuelve al género policial en su tercer largometraje, La misma sangre, ambientado en una zona rural e impulsado por una familia judía de clase media sobre la que se ciernen varias dudas.
La historia gira en torno a Elías -Oscar Martínez-, un productor de queso al que las cosas no le van demasiado bien pero ve la oportunidad de nuevos negocios con el exterior. Por eso, le pide a su mujer Adriana -la chilena Paulina García-, una cocinera profesional de quien está por separarse, que le preste dinero. Cuando Adriana aparece muerta en su lugar de trabajo -una escena bien resuelta-, Elías se convierte en el principal sospechoso.
El relato recurre al flashback para armar el rompecabezas y al comienzo cuesta seguirle los pasos. Hay dos perspectivas narrativas: la primera es la de Santiago -Diego Velázquez-, el esposo de su hija Carla -Dolores Fonzi-, que irá acorralando a su suegro para develar lo que ocurrió; y también la mirada de Elías, que imprime dudas, misterio y deja al descubierto algunas miserias familiares en torno a un campo heredado.
El comienzo, ambientado siete años atrás, con la muerte del padre -Norman Briski- de Elías que cae desde lo alto de un molino, suma algunos interrogantes a este relato que se sostiene más por las actuaciones que por la intriga que se desprende de la trama, dejando algunos cabos sueltos.
El derrumbe de la familia queda bien plasmado en el oscuro personaje de Elías, interpretado con grandes recursos expresivos por el actor de El ciudadano ilustre, y la relación conflictiva con Carla, quien también comienza a investigar la vida de su madre.
La misma sangre tiene una factura técnica de primer nivel pero el resultado está un escalón abajo con respecto a las realizaciones anteriores del director.