Tras un debut de factura propia (Sin retorno, 2010), una adaptación de novela (Betibú, 2014) y una miniserie (La fragilidad de los cuerpos, 2017), Miguel Cohan llega a su tercera película con un perfil ya moldeado como director: un narrador clásico de efectivos thrillers de corte industrial. La misma sangre se inscribe en esa senda, aunque el saldo no tiene la solidez y la precisión con las que contaban -aun sin grandes hallazgos- sus anteriores trabajos.