Aquí hay una historia doble que gira alrededor de la muerte de una mujer, que puede o no ser un asesinato, que puede tener como culpable -o no- al marido, que se vuelve más compleja a medida que se desarrolla la trama.
Este tercer largometraje de Miguel Cohan después de “Sin retorno” y “Betibú”, lo confirma como un interesante director de policiales “a la argentina”, donde lo pasional y lo ilegal se dan la mano y la justicia no tiene demasiado que hacer. Es un género propio que excede el “noir” para ir hacia lugares más íntimos aunque no imprevisibles.
Aquí hay una historia doble que gira alrededor de la muerte de una mujer, que puede o no ser un asesinato, que puede tener como culpable –o no– al marido, que se vuelve más compleja a medida que se desarrolla la trama. Oscar Martínez vuelve a demostrar que es uno de los intérpretes más precisos que tiene el cine nacional (es decir, de esos que no hacen un gesto de más ni usa un yeite que no tenga su justificación en la trama) y vuelve a funcionar bien al lado de Dolores Fonzi -quienes recuerden sus pocas pero contundentes escenas en La patota, sabrán que realmente parecen padre e hija: aquí lo corroboran.
¿Qué tiene “de malo” el film? Nada en sí mismo: sí quizás que en ocasiones no logra ser realmente “una película de suspenso” y cae en el problema del “policial a la argentina”: concentrarse en ocasiones mucho más en el rostro o el gesto que en las perversiones de la trama. De todas maneras, se trata de un film interesante que fluye sin ripios y presenta un universo totalmente creíble que convence al espectador.