Miguel Cohan es un experimentado director que sabe transitar el terreno cinematográfico del suspenso. De su autoría conocimos “Sin Retorno” (2010, junto a Federico Luppi y Leo Sbaraglia), “Betibú” (2014, sobre la novela de Claudia Piñeiro) y “La Fragilidad de los Cuerpos” (2017, serie televisiva de dispar suceso). Aquí, sobra una idea de Ana Cohan adapta un guión de propia autoría que nos llevará por los sórdidos laberintos del pecado, la culpa y su expiación.
Balancéandose entre el drama familiar y el formato de thriller policial, Cohan indaga el costado amoral de esta familia de clase media-alta, realizando una puntillosa descripción de caracteres (aún dejando relevantes aristas desprovistas de su resolución), calculados juegos de rol (una pareja escindida y un duelo paterno-filial serán fundamentales disparadores), impiadosos intereses económicos, superfluas apariencias sociales y demás miserias cotidianas que atraviesan estos lazos afectivos marcados por un sino funesto.
Provocativo, el realizador trama un verosímil inquietante: nos anima a descifrar el misterio -y las motivaciones- que se esconden bajo el accionar de un sospechoso (¿culpable o inocente?), quien amparará sus actos -¿éticamente cuestionables?- con tal de probar su coartada. Pero, ¿se trata acaso del verdadero culpable de la muerte que se le atribuye? O, en cambio, ¿la misma ha sido producto de una desafortunada tragedia?. La prestancia del enorme Oscar Martínez nos hace temer del ser monstruoso que se oculta bajo un hombre honesto, en apariencia intachable. No obstante, la incisiva lente del realizador nos incita a desconfiar, colocando un manto de dudas sobre el acusado. Sembremos dudas en el desprevenido lector, a fin de no adelantar sorpresas.
Valiéndose del infalible recurso de flashback, el punto de vista de cada personaje (su noción o certeza sobre los acontecimientos) vira en relación a la suministración de información que se le brinda al espectador, propiciando un interesante juego enigmático que incentiva el clima incierto que rodea a la propuesta, ganando en intensidad dramática cuando el crimen que propulsa la trama (y su resolución) cobra real dimensión, corriendo el velo de una verdad oculta, pero anticipable. Cohan tensa el hilo hasta el límite de lo soportable, subyugándonos con un tratamiento del suspenso digno de un experto del género.
Ahondando en los resquebrajados vínculos afectivos de una familia repleta de apariencias y buen renombre, pero disfuncional y falible en su tejido más íntimo, “La Misma Sangre” desdibuja su laboriosa arquitectura argumental precipitando un desenlace que lejos está de resultar concluyente. Sin embargo, maquilla sus falencias con esmero; al tiempo que nos ofrece, en idénticas proporciones, su bienvenido gusto reflexivo y un vertiginoso ritmo narrativo para una historia que a Claude Chabrol le hubiera encantado filmar.