Desde hace unos años a esta parte, el thriller está ejerciendo una atracción sobre los cineastas argentinos, y se realizan tanto películas de producción independiente como de la llamada industrial o comercial. No importa el dinero que se utilice, porque el capital más importante es el de las ideas, el ingenio y el ritmo para sostener el suspenso.
La misma sangre, de Miguel Cohan, tiene una escena movilizadora -un hombre (Norman Briski) cae desde lo alto de un molino en un campo- y de a poco se va desandando la trama.
A Elías (Oscar Martínez) no le va tan bien como deseara con el manejo del campo que era de su padre. Tiene problemas financieros mientras aguarda un trato comercial con el exterior, que cierta burocracia local le demora. Su esposa Adriana (la chilena Paulina García, vista en La novia del desierto y La cordillera) hace repostería, y por más que él le pide que lo ayude momentáneamente, la mujer, que quiere separarse de él, lo maltrata y está lejos de brindarle ese apoyo económico.
Cuando Adriana aparezca muerta en una situación por lo menos confusa, Santiago (Diego Velázquez), la pareja de Carla (Dolores Fonzi, que vuelve a interpretar a una hija de Martínez, como en La patota) comienza a desconfiar de su suegro.
Hay indicios, que el director Miguel Cohan va repartiendo por aquí y por allá para sustentar la sospecha de Santiago, hasta que en determinado momento muestra cómo se produce la muerte de Adriana.
Es a partir de allí que el andamiaje del suspenso, en vez de mantenerse in crescendo, se recorta. No porque el espectador sepa más que algunos personajes, sino porque la trama ingresa en vericuetos y subtramas con un ritmo que ralentiza la acción.
Cohan ya se había movido en las aguas del filme de suspenso, en Betibú. Aquí, el público, a partir del relato que combina el juego del gato y el ratón con las relaciones padre/hija, comienza a elucubrar menos, porque la intriga disminuye.
Durante más de la primera mitad, la expectación, la curiosidad se mantiene alta. Hay buen planteo de las situaciones y de los diálogos, aunque Adriana sea un personaje como de un solo perfil; ya verán cuál.
Es en la construcción de cómo funcionan ambas parejas (Elías y Adriana; Carla y Santiago) donde Cohan apunta para solidificar su narración, y que no quede solamente como una mera descripción de los hechos.
La aparición de un primo de Adriana (el también chileno Luis Gnecco, de Neruda) es la que desestabiliza el orden emocional, pero hacia el final el asunto parece desbordarse.
Martínez tiene un personaje oscuro como pocas veces había encarnado, en tanto Velázquez, que tiene mayor poder protagónico que Fonzi, se mueve y habla, se conduce como un verdadero perro de caza por averiguar qué paso esa noche, y es creíble. Fonzi compone un personaje que no quiere ver o saber lo que realmente sucedió, y en ello radica lo mejor de su actuación, más contenida que en otras oportunidades.