Más de una manera de derramar sangre
Si bien el policial negro es donde claramente está parada La Misma Sangre, es de destacar su utilización como el punto de partida para adentrarnos en un complejo drama familiar. Con esto queremos decir que el misterio que lleva al espectador a ocupar la butaca será desarrollado (durante gran parte del metraje) y desde luego resuelto, pero lo que sigue a dicha resolución posee exactamente el mismo interés.
Como si la película te diera dos misterios al precio de uno. La diferencia está en que uno es más tradicional con la pregunta esperable “¿Lo hizo o lo hizo?”, y lo que le sigue es más introspectivo, “¿Por qué podría haberlo hecho?”. Incluso va más lejos, en cuanto a que la existencia del crimen en sí pone al descubierto la verdadera naturaleza de sus protagonistas, más allá de si se confirma su culpabilidad o no.
Lo más relevante de la cuestión es que cada pregunta en cada misterio es abarcado desde un punto de vista diferente y con distintos recursos. En uno predomina la acción física y en otro la palabra. En uno predomina el policial estricto y en otro es casi un melodrama, hasta utilizando no pocas veces al humor (negro, desde luego) como puente entre ambos. Tal caso es el de un suicidio frustrado que deviene en un epíteto por parte de su perpetrador.
Lo que es destacable, bordeando incluso la excelencia, es la sección del relato concentrada en el punto de vista del personaje de Diego Velázquez, donde todas las pistas, todos los hallazgos, todos los riesgos, son retratados de forma visual, recayendo muy escasas veces en el dialogo.
Esto no le quita lustre a la otra parte del relato, encarada desde el punto de vista del personaje de Oscar Martínez, que se vale más de ese recurso. Pero la sutileza y solidez vista en la primera instancia del metraje es de hacer desear que toda la película fuese así.