Estamos acostumbrados ya al Hollywood industrial. Desde siempre en realidad porque está claro que no tiene par en ningún lugar del mundo. Conocen muy bien el negocio desde la conformación de una persona en estrella mundial a la construcción de las grandes producciones que luego usan como estandartes icónicos de un tiempo. Es decir, no hay marketing como el de la industria yanqui. Si no hay ideas nuevas hay que reciclar las antiguas. Las muy antiguas si es posible porque los derechos intelectuales están regalados. En la puerta de este nuevo siglo los asesores aprendieron muy bien la idea de los nuevos universos, y de como éstas pueden retroalimentarse sin necesidad de ir en busca del público. Marvel, DC Comics, “El señor de los anillos”, “Star Trek” y ni hablar de “Star Wars”.
¿Y por qué hablamos de estos gigantes si lo que se estrenó es “La momia”? Simple: ahora se les ocurrió armar una nueva legión que va a juntar a varios de los personajes fantásticos que otrora eran de la propia Universal Studios. Es cierto que andaban juntando polvo en las estanterías de algún sótano, pero la idea de juntarlos a todos como si fuesen La Liga de la Justicia parece como mínimo forzada. Los antecedentes inmediatos de este híbrido son “La liga extraordinaria” (Stephen Norrington, 2003) que juntaba en un mismo guión improbabilidades como Tom Sawyer con el Capitán Nemo y Allan Quatermain. La otra es “Van Helsing” (Stephen Sommers, 2004), en la cual nacía esta idea de ahora, pero en una sola película con Drácula, el monstruo de Frankenstein, El hombre lobo y el personaje del título. Y no estaba nada mal aquella, por su nivel de autoconciencia. Adivine qué estudio la produjo.
Al término de “La momia” quedan varias preguntas coyunturales porque claramente la versión de 1999 con Brendan Fraser era muy superior en todo, incluida la taquilla. Tanto fue así que aquella disparó dos secuelas más. Era claro el mensaje: estos personajes que ya no asustan a nadie, si son llevados por el lado de la aventura a lo Indiana Jones, funcionan, y funcionan muy bien. Con todos estos antecedentes: ¿Por qué no fueron por ese camino? ¿Por qué Tom Cruise? ¿Cuál es el aporte con que la momia sea mujer?
Estas preguntas no surgirían si fuese entretenida, pero la realización integral del casi debutante Alex Kurtzman solemniza demasiado un guión que pide a gritos más humor. Ese factor que bien dosificado no impide ni el vértigo, ni la tensión, ni el suspenso. No hay dudas sobre lo tecnológico. En ese sentido mucho de este estreno tiene con qué deslumbrar al espectador, que seguramente encontrará su ideal en un público más adolescente que nostálgico.
El argumento es conocido: por circunstancias fortuitas (esta vez amparadas en el contexto de una operación militar a 1600 kilómetros de Egipto), Nick Morton (Tom Cruise) encuentra la tumba–prisión de Ahmanet (Sofia Boutella), cuyo espíritu calza una maldición en Nick que lo va a tener simbióticamente relacionado con ella que, por supuesto, intenta volver a la vida para hacer mucho mal. En estos dos personajes recae la estructura dramática de toda esta producción, lo mismo que ocurría con Lon Chaney Jr. Boris Karloff, Bela Lugosi o Edward Van Sloan en las piezas clásicas. El carisma de Tom Cruise no termina de funcionar aquí, pero tampoco ocurre con la química entre Sofía Boutella y, llamativamente, mucho menos con Annabelle Wallis, que en definitiva es donde se insinúa la historia de amor que apoya el guión. Sí es interesante la presencia del Dr. Jeckyll, que en la solidez de Russell Crowe encuentra una forma de balancear la escasa dirección de actores. Evidentemente habrá que ver si la franquicia encuentra progresión hacia rumbos más amables, mientras tanto queda la anécdota de una aventura solemne.