Amén.
Las propuestas del género que les sucedieron a filmes como Pesadilla o Martes 13 no me llamaron la atención en absoluto. No fue así hasta 2013 cuando James Wan tuvo la genialidad de estrenar El Conjuro.
Menuda sorpresa me llevé cuando pude disfrutar de la película. Gracias a ella mi amor hacia el terror estaba restaurado. Las razones fueron varias y voy a ir enumerándolas.
Si bien el terror se caracterizó por realizar numerosas secuelas hasta el hartazgo, El Conjuro de a poco fue extendiendo su universo a través de algunos spin−off y precuelas exitosas como Anabelle hasta plasmarlo nítidamente y sin tener nada que envidiarle a Marvel.
Claro que dentro de esta usina creadora no todo es brillo y fulgor. En toda familia suele haber una oveja negra y en este caso La Monja califica tranquilamente como tal.
Si bien el personaje fue presentado en El Conjuro 2, su aceptación generó misterio y se optó por una precuela centrada en el suicidio de una monja y la investigación ulterior que, como no podía ser de otra forma, involucra a un demonio. Sin novedades y con un relato básico, La Monja no es nada diferente a otras propuestas que ya se vieron.
Siempre dije que una buena historia requiere de un antagonista /protagonista bien desarrollado y acá es donde el filme falla. Da la sensación de que tanto el director Corin Hardy como el guionista Gary Dauberman hicieron agua con el personaje principal, dejándolo en el olvido a poco de salir del cine.
Tal vez lo que podría rescatar del filme es la estética vintage que recuerda a las obras de terror de los años 50, 60 y 70. El resto, más de lo mismo.
Un paso en falso en el universo de El Conjuro, solo esperemos que The crooked man -personaje que también apareció en su secuela- tenga un mejor desarrollo en su próxima película.