No siempre lo mejor llega al final
La Monja (2018) es la última -¿o primera?- película de la saga de los expedientes Warren y uno de los films más importantes y esperados del género como de la gran industria cinematográfica. Dirigida por Corin Hardy, La Monja se sitúa en los años 50′ para contarnos el origen del personaje que apareció para atormentar a los protagonistas de El Conjuro 2 (2016), siendo ésta la que inicia la línea temporal después de Anabelle (2014), Anabelle II (2017), El conjuro (2013) y el Conjuro 2 (2016).
Tras el suicidio de una joven monja en una abadía de clausura en Rumania, el Vaticano decide investigar este fenómeno peculiar enviando al padre Burke (Demián Bichir) junto a la novicia Irene (Taissa Farmiga) para descubrir lo que pasó tras el incidente. Tanto su vida, su fe y sus almas serán puestas a prueba en un convento poseído por fuerzas maléficas y demoníacas.
Ya sea por el hype o por seguir una línea de películas que marcaron un camino relacionado al mainstream del género de terror como representa El Conjuro, La Monja cuenta con el respaldo de esta saga como también con la responsabilidad de estar a la altura de las circunstancias. Las dos caras de la moneda. Lamentablemente, La Monja decidió quedarse con el hype en un producto vacío, arrinconado por los lugares comunes del género usados hasta el hartazgo: desde la planitud de sus personajes hasta una narrativa poca convincente sin definir cuál es su objetivo.
Personajes vulgares, estereotipados y hasta caricaturescos sin ser ese el principal problema de la película ni la intensión del director Corin Hardy. La Monja no trasciende desde ningún plano para llegar a darle al espectador algo más que meros sustos en pocos momentos del film. Aunque no es algo determinante encontrarles un sentido a algunas actitudes en las películas de este tipo -y no por desprestigiar al terror-, en ningún momento queda claro lo referido a alucinaciones de la protagonista y lo que es real o no, tanto para ella como para el resto de los personajes.
Allí, en esos lugares recónditos entre lo absurdo y lo burdo, se sumerge La Monja para no llegar a ningún punto. ¿La finalidad de producir una película como La Monja es desarrollar un antagonista que apareció y aterró a los espectadores en El conjuro o cerrar una línea de tiempo que explique de dónde surgió? Como Spin-off, la película quedó muy limitada para realizar lo primero. A pesar de contar con la producción de James Wan –quien fue el director de la primera y segunda parte de esta saga- La Monja no se focalizó en cuidar su desarrollo narrativo como así lo hicieron las dos primeras entregas que dieron inicio a su universo.
No hay una lógica que esté detrás de la parte demoníaca del film como tampoco personajes profundos y diferentes a lo que ya vimos en todo el cine del género. Redundante, previsible son adjetivos que pueden aplicarse por igual tanto a la trama como a ellos mismos. En sus incoherencias narrativas y un guión que desperdicia un antagonista importante, la película logra el entretenimiento temporal que requiere. Con sus sustos, escenas de climax y demás, logra captar la atención del espectador, aunque la producción esté carentes de un contenido en gran escala, o cque se pudiera esperar de una producción de este tamaño.
La Monja (2018) de Corin Hardy, protagonizada por Taissa Farmiga, Demian Bichir, Bonnie Aarons llega a todos los cines del país el 6 de septiembre para ser la última película de los expedientes Warren, que comenzaron en el 2013 con El Conjuro con James Wan tras la cámara.