El cine de terror de las últimas décadas se divide claramente en dos corrientes: una de ellas contiene una acotada cantidad de films que han sabido explorar los elementos característicos del género, para dar en la tecla con la creación de una atmósfera espeluznante; mientras la otra vertiente ha lanzado cientos de productos en modo tren fantasma, a puro motor de sobresaltos propulsados por golpes de efecto. La saga El conjuro tiene la particularidad de formar parte de las dos modalidades descriptas. Por un lado, están las magistrales dos películas impulsoras de esta franquicia dirigidas por James Wan. Por otro, los spin off/precuelas despachados como embutidos para llenar millones de butacas, donde ingresan las entregas de Annabelle y el decepcionante estreno de La monja.
La premisa argumental de este despropósito dirigido por Colin Hardy (Los hijos del Diablo), gira alrededor de la investigación del suicidio de una religiosa en una abadía rumana hacia comienzos de los '50. Enviados por el mismísimo Vaticano para desentrañar el misterio de este suceso, llegan al lugar un sacerdote que carga en su historial con un exorcismo que terminó de la peor manera (Demián Bichir), y una joven novicia que está en la previa de consagrar su vida al servicio de Dios (Taissa Farmiga). A ellos se suma un pintoresco personaje, conocido en el pueblo como "Franchute" (Jonas Bloquet), el hombre que encontró la tétrica postal de la monja ahorcada. Lo que sigue es una acumulación de escenas sin sustento ni progresión dramática, en donde prácticamente da lo mismo que pase cualquier cosa, en pos de inyectarle al espectador uno que otro susto, acompañado de su correspondiente y subrayadísimo CHAN musical.
Tanto en el cine de horror, como en el de cualquier género, el problema no son sus elementos recurrentes, sino la forma en que se los degrada al más burdo lugar común. Desde una cruz que gira sobre la pared, hasta un cementerio brumoso, pasando por una radio que se enciende sola y un desfile de presencias espectrales; todo aquí está orquestado bajo una ominosa banda sonora que busca insuflar la crispación que el relato no es capaz de dar. En la primera hora, se apilan una serie de acontecimientos que oscilan entre el desinterés y el ridículo, con los protagonistas sometidos a flagelaciones de la que cualquier mortal saldría corriendo desde el primer minuto.
El personaje del cura, y su conocimiento del mundo del oscurantismo, es un pálido remedo de los sacerdotes de El Exorcista. En tanto que la envalentonada novicia, a quien al principio de la película vemos sugiriéndole picarescamente a unos niños la interpretación personal de la Biblia, tiene unas agallas a prueba de todo umbral de verosimilitud; sólo para cumplir con el imperativo del cine actual de tener a una heroína empoderada en el centro de la escena. En cuanto al Franchute no hay mucho por decir, su rol está encorsetado bajo el modelo de paparulo que siempre tiene disponible una frase tontarrona en pleno pico de tensión. En varios pasajes de este pastiche, es inevitable sentir pena por los actores, sometidos a diálogos y situaciones por demás irremontables.
Tras múltiples escenas sin rumbo, en la última media hora, la película se encarga de explicar el origen de un misterio que nunca supo generar, y despacha cual expediente burocrático, una catarata de escenas pirotécnicas con mucho revuelo de efectos y nulo nervio creativo. Si había algo de refinamiento gótico en las imágenes del primer tramo, el desenlace lo enchastra con escenas sangrientas muy mal trazadas. Como moño final de este paquete, hay un plano que tiene como único objetivo dejar abierta la puerta para otra secuela irrelevante, destinada a la multitud zombie que esté dispuesta a seguir los eslabones de una saga que arrancó como una estimulante promesa, para finalmente estrellarse contra la desidia más rotunda.
The Nun / Estados Unidos / 2018 / 96 minutos / Apta para mayores de 13 años / Dirección: Corin Hardy / Con: Demián Bichir, Taissa Farmiga, Bonnie Aarons y Jonas Bloquet.