El conjuro fue una de las pocas películas de terror de los últimos años que aunó calidad y resultados en taquilla. Dos razones –sobre todo la segunda– que hicieron de la ampliación de ese universo una realidad inevitable. A una secuela (El conjuro 2) y un spin-off (Annabelle) con su continuación (Annabelle 2: la creación) se le suma ahora La monja, que funciona al mismo al mismo tiempo como precuela y spin-off. Ese sentido es en el único que funciona.
Hay poco de novedoso en este film de Corin Hardy (Los hijos del diablo), pues opera refritando todos y cada uno de los lugares comunes del género sin saber muy bien qué quiere contar ni tampoco cómo hacerlo.
La historia es básica, como así también su desarrollo. Todo comienza con el suicidio de una monja en una abadía de clausura en Rumania, y la posterior investigación a cargo de un obispo (el mexicano Demián Bichir), una joven novicia (Taissa Farmiga, hermana de Vera, protagonista de El conjuro) y el lugareño que encontró el cadáver. Una vez allí, lo sobrenatural estará a la orden del día, con un menú que incluye espiritismo, posesiones hasta exorcismos e incluso la sangre de Jesús (¡!).
La monja se dedica básicamente a acumular escenas que intentan asustar únicamente a través de golpes de efectos sonoros. Con una narración confusa (hay que esperar media hora para saber de qué va el asunto) y atolondrada (todo, todo sucede en la última media hora), esta nuevo exponente de terror espiritista es un paso decididamente en falso de una saga (hasta ahora) digna, una película pensada con el único fin de explotar una marca. Y nada más lejos del cine que eso.