Están matando a la gallina de los huevos de oro. Si los dos spin-offs anteriores de El conjuro (Annabelle y Annabelle 2: La creación) eran flojos, no se imaginan lo que es La monja.
Y eso que la monja endemoniada -vista en El conjuro 2- era un personaje riquísimo para que tuviera su historia en una película propia.
Pero no. James Wan insiste en dejar las mejores historias para las películas que dirige él -y que son el centro, digamos, de la ahora convertida en suerte de saga de fenómenos paranormales y de terror- y ponerse a crear, sólo como autor de ideas, filmes que no son más que sumatorias de lugares comunes del género y que más que asustar, aburren.
Rumania, 1952. Muchos años antes de los acontecimientos reflejados en El conjuro 2, en una abadía en medio de las montañas, una monja se suicida. No, no es la endemoniada con rostro largo a lo Rossy de Palma, sino que lo hace por algo relacionada con ella.
Hasta allí llegan un sacerdote (Demián Bichir, alguna vez candidato al Oscar) y una novicia, que aún no ha tomado los votos (Taissa Farmiga; sí, hermana en la vida real de Vera, quien interpreta a Lorraine Warren en El conjuro). Los envía El Vaticano. El ha hecho exorcismos, pero, parece que con cierta vehemencia, por lo que los exorcisados no han contado el cuento. A ella la eligen porque “conoce” el lugar , el asunto, lo que sea.
¿Quién los lleva en carruaje desde el pueblo hasta la abadía? Un joven, el que descubrió el cadáver de la monja colgando picoteado por cuervos y desangrándose. Ah, le dicen El Franchute, no porque sea de Francia. “Soy francocanadiense”. Detalle a tomar en cuenta.
Lo que sucede de ahí en más, apenas pisan el lugar, es una sumatoria de clisés. El sótano que esconde secretos, alguna monja que se pasea por los pasillos, velas, la ausencia de la electricidad, el cementerio lindero. La presencia maléfica está detrás de una puerta que advierte que allí ya no hay Dios, como para que no digan que no avisaron.
Todo un despropósito, porque si El conjuro se caracteriza por tener una historia, desarrollar una trama y mantenerse dentro de los cánones más o menos verosímiles, La monja es la antítesis. Aparece gente de la nada, hay hectolitros de sangre sin razón, pasan cosas incongruentes.
¿Más? ¿Para qué? Si usted es fanático, tal vez vaya a verla. Y si no lo es, con lo que le contamos ya tiene suficiente.
Ah, después de los créditos no pasa absolutamente nada como para quedarse. Antes, tampoco.