Violación y venganza
El primer plano de Meet John Doe (1941), de Frank Capra, luego de los créditos iniciales, es el de una nursery; la secuencia de montaje que abre la película nos lleva de imágenes de la working class americana a la de un bebé, al comienzo de la vida. André Øvredal, por el contrario, abre su película con la parca, con el final de una familia. Su Jane Doe del título original no tiene que ver con un ciudadano cualquiera como en la de Capra, ni tampoco con un sobrenombre como en la serie de películas de la mamá de Marty McFly (Jane Doe, 2005-2008); acá la Jane Doe cumple la función de “nomen nescio” (NN), de base de un misterio que será el núcleo hasta el desenlace. El enigma de la identidad de la chica (Olwen Catherine Kelly), además de llevar adelante la narración, marca un tono particular: The Autopsy of Jane Doe (estrenada bajo el nombre de La Morgue) no es sólo una película de horror, es también de misterio; y, por qué no, una película de zombis reformulada.
A Austin (Emile Hirsch) el negocio familiar lo tiene sin cuidado. Sin embargo, cuando en la morgue de su padre Tommy (Brian Cox) entra el cuerpo de Jane Doe, en lugar de irse al cine con su novia se queda trabajando toda la noche con su viejo. Acá la relación padre-hijo es también una relación de maestro-aprendiz y de colegas de investigación a la Sherlock Holmes. En una de las secuencias iniciales, Austin trata de descifrar la causa de muerte de uno de los cuerpos y conjetura sobre los hechos, para que su viejo, luego de ayudarlo, le aclare que ellos sólo pueden determinar la causa y que el resto no es su tarea. El arribo de Jane Doe no sólo alterará su modus operandi sino que hará que Tommy indague más allá de sus límites pragmáticos. A su vez, lo llevará a la aceptación de lo sobrenatural, algo que Austin con su carácter curioso, parece aceptar desde un principio (ante las extrañas situaciones dirá “es ella”).
La película logra generar un malestar difícil de explicar en su totalidad y que la diferencia del horror ATP tan común en los últimos tiempos y sobre el que ya hemos escrito en otros textos. Aunque seguramente ese malestar se relacione en alguna medida con cierto gore que asoma sin fines puramente estéticos y con la claustrofobia proyectada, también puede deberse a un debate moral relacionado a la doble condición de Jane Doe de víctima y victimaria. La Morgue, como bien marca Juan Pablo Cinelli en su crítica de Página 12, es también una película feminista de venganza. Estamos ante una “rape and revenge” simbólica, en la que una víctima de las peores torturas yace desnuda e inmóvil ante el padre, el hijo y, por qué no, el espíritu santo.
Con el estreno de La Morgue, el 2017 continúa configurándose como un buen año para el cine de horror (al menos si pensamos en el que llegó a nuestras salas). Las distribuidoras parecen haberse dado cuenta de que no sólo convocan con las inocuas rip-offs de turno sino que hay buenas propuestas que pueden generar interés y a su vez conseguir una complejidad y una profundidad no tan comunes ni en el género industrial ni en el cine independiente. El estreno de dos geniales títulos coreanos como Invasión Zombie (Train to Busan, 2016) y En Presencia del Diablo (The Wailing, 2016), de películas chicas como Intrusos (Intruders, 2015) o de más grandes como Fragmentado (Split, 2017), dan cuenta del buen año. La Morgue se suma a estas buenas compras de los distribuidores y seguramente dará buen rédito, como suele hacerlo el horror, sea bueno o no tanto.