La noche de los muertos vivos y encerrados
La última película del cineasta André Øvredal dio que hablar en festivales internacionales, y los elogios tienen sentido. Terror y claustrofobia se vuelven a dar la mano.
El nombre de André Øvredal se hizo conocido cuando presentó al mundo su criatura llamada Trollhunter (2010), un falso documental que muestra a unos estudiantes universitarios en busca de trolls, esa raza de monstruos antropomórficos enormes y deformes de la mitología nórdica. Siete años después de aquel filme celebrado y descerebrado, Øvredal vuelve con una película de terror concentrada, efectiva e inteligente en la utilización de sus escasas herramientas para provocar susto.
La morgue (The Autopsy of Jane Doe, 2016), que se coronó con el Gran Premio del Jurado en la última edición del festival de Sitges, llega con críticas muy elogiosas. Sin dudas lo que explica tantos comentarios encomiásticos es el hecho inobjetable de que tiene algo que la distingue de la mayoría de las películas de terror que se estrenan cada jueves.
La historia transcurre en una sola noche en un solo lugar: el sótano del crematorio y morgue de la familia Tilden. Tommy Tilden (Brian Cox) y su hijo y ayudante Austin (Emile Hirsch) practican la autopsia de una joven (Olwen Kelly, la Jane Doe del título original) hallada a medio enterrar en el sótano de una casa que fue el escenario de un crimen confuso.
Padre e hijo trabajan palmo a palmo para desentrañar las causas de las muertes de los difuntos que llegan listos para ser desmenuzados y cremados. Pero cuando se encuentran ante el cuerpo marmóreo de la desconocida, empiezan a detectar extraños signos anatómicos, como por ejemplo el atípico color de sus ojos.
En el terror, menos es más
La singularidad de La morgue tiene que ver con cómo su director pone en juego los elementos que ya conocemos de memoria (desde la aparición repentina de un personaje hasta el tintín de una campanita). Øvredal construye una atmósfera claustrofóbica y terrorífica y se las ingenia para sacar partido de los lugares comunes del género y aprovechar al máximo el limitado espacio con una gramática visual precisa y efectiva. Además es increíble la capacidad que tiene para concentrarse en los detalles anatómicos y hacer que gran parte de la película transcurra entre vísceras fileteadas sin que el resultado sea un asco.
Si bien el director no sexualiza el cadáver de Jane Doe, su gran problema es la estetización de la autopsia y la elegancia con la que muestra todo el ritual médico-forense, como si la instancia post mortem tuviera que estar dotada de belleza y prolijidad. O, peor aún, como si quisiera que nos regocijemos con la anatomía humana.